Cuando hemos cosechado nos encontramos con un montón de ramas, cogollos y hojas, inundando nuestro entorno de embriagadores aromas. Ahora debemos secar y a ser posible, curar toda esa hierba con el fin de que se completen los procesos bioquímicos que potenciarán los efectos de los cannabinoides al tiempo que maduran los agentes aromáticos y la clorofila se destruye.

Efectivamente, ya sabemos (o deberíamos saber) cuando y como cosechar de acuerdo con nuestros gustos y preferencias. En cualquier caso, si es la primera cosecha, el cannabicultor puede experimentar un poco si dispone de varias plantas de esquejes de la misma madre, a base de dejar transcurrir unos días entre la cosecha de cada una de ellas y observar los cambios en estructura y tricomas. Es importante una observación detallada con lupa y anotar las apreciaciones, para así poder tener una buena toma de datos y al final poder comparar y sacar conclusiones.

 

La manicura

Normalmente habremos cortado la planta por debajo del último nudo con flores si estamos en interior trabajando con plantas pequeñas. Si la cosecha es de exterior o terraza con grandes contenedores, el tamaño del ejemplar normalmente lo hace poco manejable aún cuando haya sido cosechado por partes, por lo que lo usual es separar las ramas, algunas de las cuales pueden llegar a tener el tamaño de toda una planta de interior. También estas son susceptibles de ser separadas en partes para su mejor manejo.

Una vez tenemos las plantas “despiezadas” en ramas, deberemos realizar una operación destinada a bajar la humedad y retirar las partes no deseables de la planta para fumar; como muchos sabréis, a esto se le denomina “manicura”, pues es de alguna forma similar a esta en tanto en cuanto que “pelamos” los cogollos dejándolos lisos y sin partes sobresalientes. Como se verá por la experiencia, es conveniente trabajar con tijeras de tamaño mediano, con punta y muy afiladas y estrechas, tipo las de peluquería. Comenzaremos eliminando todas las hojas principales que hayan podido quedar tras el despiece, intentando cortar la base del pecíolo o rabito que une la hoja al tallo, repasando así toda la rama, sin olvidarnos de las que sobresalen claramente desde la base de los cogollos.

Este es un buen momento para observar los diferentes desarrollos de la planta dependiendo de la zona de la rama y relacionándolos con la posición que la planta ocupaba en el cultivo, de forma que podamos sacar conclusiones con respecto a si las plantas estaban muy juntas, por ejemplo, o bien si eran demasiado altas, en caso de que las ramas inferiores muestren flores sueltas y poco formadas.

Las hojas que hemos cortado suelen ser inservibles para uso recreativo ya que prácticamente no poseen tricomas y por lo tanto, cannabinoides. En cualquier caso, se pueden aprovechar como especia para aportar sabor, o bien para preparar algún aceite o mantequilla para uso medicinal, ya que las dosis terapéuticas suelen ser bastante bajas.

A partir de este momento, podemos tomar dos opciones: colgar las ramas a secar sin más en ese punto, o bien continuar manicurando. Algunos cultivadores prefieren poner a secar en esa fase para acabar de manicurar tras el secado y antes del curado. La ventaja es que el secado es mas lento y de alguna manera se protegen algunos de los agentes aromáticos. Sin embargo, a la hora de la segunda fase la hierba suele estar ya bastante seca y quebradiza, e incluso las pequeñas hojas exteriores se encuentran plegadas sobre el cogollo siendo de difícil acceso. Por otro lado, las cabezas de los tricomas se desprenden muy fácilmente en este estado, por lo que al manipular las ramas perdemos parte de ellos, pues las rozamos, golpeamos, etc. Ese polvo que a veces se observa al trasluz al cimbrear una rama seca está compuesto en su mayoría por diminutos trocitos de pistilos secos y tricomas, aparte de posibles cadáveres de insectos, polvo, etc.

Por esto y otros motivos, y siempre bajo nuestra experiencia parece ser más beneficioso realizar la manicura completa a la hora de colgar a secar, pues aunque algo de resina queda en las tijeras de forma evidente, se puede recoger y fumar, y en cualquier caso la cantidad es mucho menor que la que perderemos si manicuramos tras el secado. También existe la posibilidad de poner a secar y realizar la segunda parte del proceso tras tres o cuatro días, punto en el que los tallos aún no “parten” y los cogollos han perdido algo de humedad pero conservan la suficiente para que los tricomas no se rompan. Esta solución puede ser válida, pero si la variedad es muy resinosa tendremos dificultad en retirar las capas exteriores de hojitas.

Así pues, tras la poda de las hojas principales, pasaremos a repasar cada cogollo cortando todas las puntas de las hojas e intentando dar una forma “clara” al cogollo, que no siempre es esférica u ovalada, pudiendo tener formas irregulares al agruparse, sobre todo en las puntas. Se trata de eliminar la máxima cantidad posible de materia vegetal sin llegar a cortar los cálices. Por supuesto, estos “restos” sí han de ser guardados pues en este caso sí que portan tricomas con la densidad suficiente como para poder obtener polen o incluso ser fumadas.

Es de utilidad disponer de una cuchilla o “cutter”, o bien un recipiente con alcohol y unas gasas al objeto de limpiar cada poco el filo de las tijeras. Enseguida se nota como se va perdiendo el corte hasta que llega un momento en que ya prácticamente se arrancan las hojas. Podemos limpiarlas fácilmente con una gasa impregnada en alcohol pasándola por los bordes, aunque de esta forma desperdiciamos la resina. Con un poco mas de esfuerzo podemos ir separando la resina de los bordes de la tijera raspando con una cuchilla y recogiendo las bolitas que van quedando. Luego unimos unas bolitas con otras y al final pueden quedarnos unos cigarros de este “pseudo charas” que suele proporcionar un efecto estimulante y activo.

Otro punto a tener en cuenta y en el que la experiencia es fundamental, es la estructura que presentan las diferentes categorías morfológicas que existen en el cannabis narcótico. No nos referimos a la variedad concreta que hayamos cosechado, sino a la morfología que presentan las sumidades florales en cuanto a densidad de cálices, el grosor de éstos, el tamaño y grosor de las hojas pequeñas y cercanas y la cantidad de glándula visible. Dependiendo de todos estos factores haremos una manicura más o menos “profunda”, ya que si tratamos igual un duro cogollo índico que otro sativo puro fino y poco denso, lo normal es que este último se quede en nada tras el secado. Esto mismo también sucede en general con los cogollines de las partes bajas o si han recibido poca luz o están poco formados. En estos casos es conveniente realizar una manicura ligera eliminando solo las puntas de las hojas dejando el resto que después “abrigará” el cogollo dándole forma y algo de volumen. Siempre podremos retirar esas hojitas a la hora de fumar si nos desagradan.

La forma correcta de manipular el conjunto rama–cogollos para realizar la manicura es siempre sujetando la rama entre dos nudos de forma que podamos moverla fácilmente en varios ejes, girándola hacia el lado necesario mientras con la otra mano vamos “rasurando” la superficie. Cuanto menos toquemos los cogollos, mejor.

 

El Secado

El secado se realiza por diferentes motivos. El principal es que la hierba fresca o recién cosechada es poco manipulable, no se puede picar sin mas, los porros se apagan y el sabor suele ser desagradable, con un tono a “hierba del campo” siempre presente. Por otro lado, está la clorofila, responsable en gran medida del sabor a “matojo”. Además, gran parte de los cannabinoides se encuentran en su forma ácida (THCA, CBDA...) y necesitan tiempo e intercambio gaseoso para descarboxilarse.

Una curiosidad que seguramente será desconocida por muchos es el hecho de que el CBN no se encuentra en la planta fresca, sino que se forma tras un largo proceso de transformación y degradación de otros cannabinoides tras el corte de la planta. De hecho, este descubrimiento fue realizado por Ross y Elsohly en 1997, en la Universidad de Missisipi (Ross, S. A. And M. A. Elsohly, CBN & D9 THC concentration ratio as indicator of the age of stored marijuana samples , Bulletin on Narcotics, 1997, 50, 1-2: 139-147), durante un proyecto de investigación cuyo fin era poder determinar el tiempo transcurrido desde la cosecha al analizar una determinada muestra de cannabis narcótico apta para el consumo. De esta forma consiguieron establecer una relación entre los niveles de degradación del THC de una determinada muestra y sus contenidos en CBN a temperatura y humedad controladas. Hoy en día sabemos que el CBN tiene clara influencia en el tipo de psicoactividad, o mejor, en la duración del efecto psicoactivo, regulando de alguna forma los efectos producidos por la combinación de THC y el CBD, los otros cannabinoides “principales”.

El secado ideal sería el que consigue dejar el material con la humedad entre el 20% y 30% de la que contenía al principio, a lo largo de entre diez y quince días, en total oscuridad. De esta forma conseguiremos unos cogollos de textura esponjosa pero fácilmente desmenuzables, pegajosos y con buen olor. El color de los pequeños trozos de la base hojas que dejamos durante el manicurado deberían haber tomado una tonalidad pálida o incluso amarillenta, señal clara de la descomposición de la clorofila, primer paso para un buen olor y sabor en combustión.

La pérdida de volumen será claramente apreciable y dependerá de la categoría de cannabis que estemos trabajando. Los cogollos se habrán compactado si es una línea índica o de altura o se habrán afinado en caso de sativas dominantes o puras. Los tallos deberían partirse con un crujido sin mayor esfuerzo, así como los cogollos ya “sólidos” se desprenden con facilidad. Un buen momento para realizar una cata, pues así podremos apreciar mejor el importante cambio que se producirá tras un buen curado. Siempre es importante tomar notas en el momento, pues con el tiempo las apreciaciones se difuminan y luego se hace difícil comparar.

A partir de aquí, el objetivo es mantener un proceso lento en la reducción de humedad, otro 10% con un intercambio de gases controlado de forma que se produzcan las últimas transformaciones a nivel químico en las resinas hasta llegar al punto óptimo bajo nuestro punto de vista en cuanto a la combinación de efecto psicoactivo y aromas y sabores al aire y en combustión, momento en que almacenaremos nuestro stock para que se mantenga inalterado a lo largo del mayor tiempo posible.

 

El Curado

Este proceso es mucho más sencillo de llevar a cabo que el secado. Para realizarlo vamos a necesitar algún tipo de recipiente opaco y estanco, es decir, que cierre herméticamente. Tomaremos cada una de las ramas ya secas, y con extremo cuidado iremos separando cogollo a cogollo e introduciéndolos en el recipiente sin apretarlos. Un bote de cristal opaco con tapa hermética puede servir perfectamente. Hay quien prefiere hacer un paso intermedio entre el secado y el curado, dejando la hierba unos días en cajas de madera antes de pasarla a los botes, lo cual es perfectamente válido teniendo la precaución de no utilizar maderas aromáticas en exceso como ciertos tipos de cedro, ya que tienden a “contagiar” su aroma a la hierba.

Una vez que están los cogollos en el bote, este se cierra y se guarda en un lugar oscuro. Como aún se necesita un ligero aporte de oxígeno y humedad para que se den lugar las últimas reacciones químicas en los cogollos, abriremos el bote una vez por día durante algunos minutos, para volver a cerrarlo y guardarlo transcurrido ese tiempo.

La duración del curado es algo bastante subjetivo, pues cada cual tenemos nuestros gustos. La mejor manera de saber cuando el material está en su punto es realizar catas periódicas, al menos una vez a la semana. Así podremos notar los cambios aromáticos y las variaciones en la psicoactividad. Llegará un momento en el que estos factores serán de nuestro máximo agrado, observando el hecho de que si se continúan abriendo los botes también continuarán los cambios en el interior, por lo que llega el momento del almacenaje.

 

El Almacenaje

En este momento, lo que deseamos es que nuestra maría se conserve durante largo tiempo en las condiciones en las que decidimos que el curado se había completado, por lo que necesitamos almacenarla de forma que ya no haya esos pequeños intercambios de gases.

Lo más sencillo es un envasado al vacío. Existen en el mercado diferentes sistemas para este fin que utilizan bolsas o botes, pero vamos a exponer una forma sencilla de transformar los mismos tarros que hemos utilizado para curar en tarros al vacío. Es muy simple, se trata de comprar en la farmacia unas válvulas de triple vía, como las que se utilizan para los goteros del suero, por ejemplo. Son muy económicas y fáciles de conseguir. También utilizaremos una jeringuilla grande de las de veterinario.

Sacamos la tapa del tarro, le hacemos un agujero en el centro, insertamos en él la parte de debajo de la válvula y lo sellamos con silicona. Después de dejar que transcurra el tiempo necesario para que la silicona solidifique y pierda su olor característico, colocamos la tapa de nuevo en el tarro. A continuación, a través de la boca de salida de la válvula extraemos el aire con ayuda de la jeringa. Con este sistema podemos conseguir niveles de vacío del 90% o más, con la ventaja de que tras abrir el bote para extraer material podemos volver a hacer el vacío sin ninguna dificultad.

Por supuesto, el sistema más eficiente es la inmersión en algún gas inerte como el nitrógeno o el argón que desplace todo el oxígeno del contenedor, pero su adquisición suele ser cara y difícil, además de la complejidad de su manipulación.

Por último, una vez los botes están al vacío, los guardaremos en un sitio fresco y oscuro. Una temperatura constante de unos 5 grados centígrados puede conservar inalterados durante años los preciados cogollos que allí depositamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CIERRE