Finalizamos la publicación del excelente artículo de Eduardo Hidalgo sobre los adulterantes del cannabis con esta tercera entrega. Leer primera parte Leer segunda parte
En lo que respecta a los estudios e investigaciones realizados con el fin de detectar y determinar cuáles son los adulterantes del cannabis comercial, lo más destacable es que, hasta el momento, los análisis realizados con las más sofisticadas técnicas de laboratorio no han sido capaces de confirmar las sospechas que, sobre este tema, acostumbran a tener los consumidores. Los resultados obtenidos en diversas partes del mundo y en diferentes momentos históricos han coincidido en hallar una tasa de adulteración asombrosamente baja en la que, además, la variedad de impurezas y adulterantes detectados se reduce a unas pocas sustancias, sin que haya sido posible constatar la presencia de la inmensa mayoría de los múltiples y exóticos compuestos que suelen mencionar los usuarios. Así las cosas, de acuerdo con los estudios llevados a cabo hasta ahora, todo apuntaría a que la cuestionable calidad del hachís comercial, aparte de estar relacionada con los procedimientos inadecuados de secado y recolección, tendría su origen fundamentalmente en el proceso de elaboración que se seguiría para obtenerlo, proceso en el cual la resina del cannabis acabaría siendo filtrada y prensada junto a grandes cantidades de materia vegetal no psicoactiva (fibra de cáñamo), así como junto a cantidades variables de tierra procedente del cosechado y el almacenaje de la planta a gran escala.
Según esto, las grandes redes del tráfico de hachís no perderían el tiempo y el dinero en empobrecer su producto con sustancias más caras, de adquisición más dificultosa o restringida o más fácilmente identificables como signos de adulteración (aceite de motor, aceite de pescado, excrementos de animales o humanos, pegamentos, colas, goma arábiga, yema de huevo, leche condensada, opio, mescalina, etc.). Simplemente sacarían el máximo provecho de su materia prima, la planta de cannabis, haciendo pasar la mayor cantidad posible de la misma por los cedazos y filtros (de ahí el término de apaleao), para después amalgamarla y prensarla con la resina propiamente dicha y venderla como costo de supuesta y aparente buena calidad. De este modo, las pretendidas señales de adulteración tradicionalmente tenidas en cuenta por los consumidores (humos negros, olores extraños, etc.) podrían tener su origen en cuestiones ya demostradas como la variación en el contenido de cannabinoides (Aizpurua y Barriuso en el caso del humo) o en otras por demostrar pero que se pueden entrever como probables (caso de la presencia de compuestos fenólicos como meros productos de la propia planta de cannabis).
No obstante, lo dicho no entraría en contradicción con la existencia en el mercado de fraudes y adulteraciones de otro tipo, únicamente que su incidencia real sería claramente minoritaria, puesto que quienes las llevarían a cabo serían más bien pequeños emprendedores que harían sus negocietes casi a título personal y que, en consecuencia, tendrían un peso específico anecdótico en el inmenso mercado del cannabis. Este tipo de narcos (por llamarlos de alguna forma) serían los culeros (que pasan las fronteras con el costo introducido en el recto) o aquellos que esconden el hachís dentro de los depósitos de gasolina de la moto o del coche o que suben pequeñas cantidades envueltas y camufladas entre cualquier cosa con olores suficientemente penetrantes como para confundir a los perros antidroga (aceite de pescado, pegamentos…). La cuestión es que, en este caso, más que de adulteración propiamente dicha debería hablarse de contaminación, ya que, las sustancias empleadas para confundir a los perros y facilitar así el paso de fronteras acabarían, de algún modo, traspasando sus olores (excrementos, gasolina, etc.) al propio cannabis, pero no habrían sido añadidas voluntariamente para simular una buena calidad o para aumentar los beneficios. Evidentemente, junto a los culeros y narcos menores, también figuraría una pequeña legión de aspirantes a camelletes de barrio, timadores y buscavidas que, para salir del paso, se aprovecharían de cualquier incauto que se pusiera a tiro y que estuviese dispuesto a pagar a precio de hash el perejil, el extracto de carne, la henna o el costo mezclado con cualquier otra cosa.
En cualquier caso, también es posible que las investigaciones realizadas hasta ahora no hayan sido lo suficientemente meticulosas en su búsqueda de los múltiples, variados y supuestos adulterantes con los que, según cuentan los rumores, se enriquece el hachís comercial. Por ello, no es extraño ni incomprensible que muchos usuarios, a pesar de lo que digan los estudios y los análisis de laboratorio, sigan albergando serias dudas al respecto de la calidad y adulteración de lo que fuman. A fin de cuentas, a la luz de declaraciones como las del Instituto Nacional de Toxicología, que, a pesar de analizar anualmente miles de muestras de cannabis, afirma no buscar expresamente los adulterantes más habitualmente mencionados por los consumidores, ha de reconocerse que a estos últimos no les faltan razones para dudar. Ni a ellos ni a nadie, pues resulta evidente, que, en tales circunstancias, aventurarse a dar una respuesta absolutamente concluyente al tema que nos ocupa rozaría la prepotencia y la temeridad. Afortunadamente, en el Reino Unido parece estar llevándose a cabo un estudio lo suficientemente riguroso que posiblemente pueda aportarnos pistas interesantes una vez que finalice (de momento sólo cuenta con los datos de la fase preliminar realizada con un muy reducido número de muestras). A la espera de las revelaciones que saque a la luz esta investigación, sólo nos queda desear que, sean cuales sean los resultados, cunda entre nosotros el ejemplo, y, más pronto que tarde, en España se realice también un screening exhaustivo del contenido del hachís comercial.
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(Este artículo es un extracto del Capítulo 1 –Análisis de muestras de cannabis: psicoactividad y adulteración-del libro ¿Sabes lo que te metes? Pureza y adulteración de las drogas en España, Edicones Amargord, 2007. Capítulo 1: pag-25-45).