Vida y obra de Albert Hofmann (V): Sacando jugo al cornezuelo

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Con esta entrega finalizamos la historia del cornezuelo partiendo de los trabajos de Hofmann. A partir de la siguiente ofreceremos una serie de escritos del buen doctor, inéditos en español.

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Historia del ergot (continúa)

Ya hemos hablado de las grandes epidemias de ergotismo sufridas en la Europa medieval. Los siglos XII y XIII fueron de relativa tranquilidad y prosperidad en todos los sentidos, pero el XIV fue testigo de la más famosa plaga de la historia hasta la llegada del SIDA, la peste bubónica, que acabó con la tercera parte de la población europea. Una vez pasada la epidemia no hubo una recuperación demográfica hasta mucho después, a finales del siglo XV. Ante este hecho, algunos historiadores -como por ejemplo Mary Matossian- plantean la hipótesis de que la gente se vio obligada a consumir pan parasitado con cornezuelo debido a las malas cosechas y al clima frío y húmedo durante una serie de años. Estos factores dificultaron el cultivo de trigo y obligaron a dedicarse al centeno, cereal más resistente ante las inclemencias del tiempo. Y así, en una Europa ya afectada por la peste, el ergotismo incrementó la mortalidad, redujo la fecundidad y causó cientos de miles de abortos espontáneos, con lo que el declive demográfico fue más extenso y duradero de lo que normalmente pudo originar una epidemia de enfermedad infecciosa.

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La mayor dificultad para acabar con el ergotismo era que no se conocía su causa. Debido a la incultura botánica propia de la Edad Media, había caído en el olvido la erudición farmacológica de la Antigüedad y no se llegó a sospechar que esos granos de color oscuro fueran el origen del problema; y mucho menos que contuvieran un hongo con propiedades tóxicas. El pan elaborado con cereal contaminado se vendía más barato simplemente por tener peor apariencia que el blanco y considerarse éste de superior calidad. Esto fue lo que originó que las clases bajas fueran las más afectadas.

Edad Moderna: se descubre la causa del ergotismo

Matossian ha llegado a relacionar las intoxicaciones por cornezuelo con los supuestos casos de brujería, tan frecuentes en los siglos XVI y XVII, pero es un asunto muy extenso y debatido en el que no vamos a entrar. Es más relevante para el tema que nos ocupa la figura de Thuillier, un médico francés del siglo XVII que se dedicaba a ayudar a los enfermos de ergotismo. Con una mentalidad científica, empleando el método que ya por aquel entonces se aplicaba en las ciencias físicas, se dedicó a realizar cuidadosas observaciones. Gracias a ello comprobó que el mal era mucho más común en las áreas rurales, que los pobres enfermaban más que los ricos y que no se trataba de una plaga contagiosa. La gran diferencia entre pobres y ricos era la alimentación, y dentro de ésta el pan de centeno ocupaba una posición importante, por lo que revisó los campos de este cereal y se fijó en las espigas de color oscuro, contaminadas por nuestro viejo conocido. Siguió con su meticulosa observación y vio que, durante los años de más frío y humedad -y en consecuencia más granos negros en las espigas-, las epidemias eran más extendidas y causaban más víctimas. Thuillier sabía que esos granos se habían utilizado en obstetricia, y que una sustancia con propiedades medicinales podía ser un veneno si la dosis era excesiva, de acuerdo con el conocido principio de Paracelso, «dosis sola facit venenum». Así que la conclusión era lógica: los granos negros eran los culpables. En 1670 dejó por escrito sus observaciones y las envió a la Academia de París. Sin embargo, los campesinos no aceptaron su tesis y siguieron pensando que el centeno no tenía relación alguna con el ergotismo.

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En 1853, Luis Tulanse demostró experimentalmente lo que Thuillier había descrito casi doscientos años antes. Estudió el centeno y realizó ensayos con él, lo cual le permitió demostrar que el problema no era el cereal en sí, sino un hongo parásito, el Claviceps purpurea, nombre científico de nuestro amigo. En consecuencia, la relación entre el ergotismo y la ingestión de pan elaborado con cereal parasitado no se conoció hasta el siglo XVII, pero fue ignorada. Sólo en el siglo XIX se aceptó este hecho y fue cuando las autoridades obligaron a desechar el cereal contaminado. El uso de mejores métodos de cultivo también redujo la incidencia de cornezuelo en los campos. Asimismo, la progresiva introducción de la patata -traída de América a partir del siglo XVI- como alimento rico en carbohidratos permitió reducir el consumo de cereales, única fuente energética disponible en Europa hasta entonces. No obstante, aunque las epidemias se hicieron menos frecuentes y menos graves, continuaron existiendo.

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Siglos XIX y XX

En el siglo XIX se inicia la era de los alcaloides. La ciencia comienza a extraer los principios activos de numerosas plantas para disponer de fármacos más potentes y poder medir con precisión las dosis terapéuticas. El cornezuelo, por supuesto, no podía ser menos. Su uso por parte de las comadronas se remonta a la Antigüedad, gracias a sus propiedades inductoras del parto, lo cual queda reflejado por escrito por primera vez (1582) en el herbario de Adam Lonitzer, médico alemán. Ya en 1808, el médico americano John Stearns cita en un libro su uso como contractor uterino.

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Los alcaloides del ergot tienen una estructura similar a la serotonina, la norepinefrina y la dopamina, monoaminas que actúan como neurotransmisores en el sistema nervioso. Debido a esta semejanza con los neurotransmisores, tienen efectos de amplio rango sobre los receptores adrenérgicos, dopaminérgicos y serotoninérgicos. A finales del siglo XIX hubo algunos intentos infructuosos por obtener estos principios activos, y la historia farmacológica del cornezuelo comenzó cuando Berger y Carr aislaron en 1906 la ergotoxina, que en un principio se consideró una sustancia pura; más tarde se descubrió que era una combinación de cuatro alcaloides. En 1918, Stoll -a cuyas órdenes trabajó Hofmann en los laboratorios Sandoz años después- aisló la ergotamina, el primer alcaloide del ergot conocido, con aplicaciones en obstetricia y medicina interna. En 1935, Dudley y Moir, de forma independiente, aislaron la ergonovina. En 1938, Hofmann y Stoll obtuvieron la dietilamida del ácido lisérgico, para la que no encontraron aplicaciones farmacológicas de interés, y que fue dada a conocer gracias a la intuición de Hofmann y a su intoxicación involuntaria mientras la manipulaba. Poco podemos comentar sobre la LSD que no se haya dicho ya; tan sólo enfatizar su alta potencia enteogénica a dosis de microgramos (mil microgramos = un miligramo) y su utilidad para el autoconocimiento, la psicoterapia y la integración del individuo en la naturaleza, aspectos en los que el buen doctor tenía puestas sus esperanzas y que vio desvanecerse cuando amplios sectores de la contracultura de los sesenta abusaron de ella y los gobiernos decidieron prohibirla.

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Hofmann también logró sintetizar la dihidroergotamina, útil para la hipertensión y la migraña; la metil-ergonovina, un hemostático uterino; y la metisergida, un antagonista serotoninérgico empleado para prevenir la migraña. Sin embargo, no hay duda de que el fármaco de mayor éxito ha sido la dihidroergotoxina -más conocida por el nombre de Hydergina®-,un derivado de los cuatro alcaloides que componen la ergotoxina. La Hydergina® puede considerarse una droga inteligente porque sus efectos vasodilatadores sobre el cerebro la convierten en un producto de gran valor para la demencia senil. También aumenta la oxigenación del cerebro, tiene propiedades tónico-estimulantes y mejora el rendimiento intelectual. Según comenta Ott, fue el producto más rentable de la casa Sandoz durante muchos años y uno de los diez fármacos más vendidos en todo el mundo.

Como vemos, la historia del ergot llega a su cumbre con Hofmann. Gracias a él, no sólo nos ofrece valiosos fármacos, sino también una droga visionaria que nos permite el retorno a la naturaleza. Una vez más, queda probado que los venenos son también medicinas; y a la inversa, que las medicinas pueden ser venenos; que todo depende de saber utilizarlos, y que la naturaleza nos ofrece sustancias con potencial tóxico muy beneficiosas para diversas aplicaciones.

Nos despedimos con una cita del propio Hofmann: «El ergot tiene una historia fascinante. A lo largo de los años su papel e importancia ha sufrido una metamorfosis. Lo que en un tiempo fue un tóxico mortal ha llegado a ser una gran fuente de útiles fármacos». Y del enteógeno más famoso y potente, podríamos añadir.

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Bibliografía:

Barger, George: Ergot and ergotism: A monograph. London, 1931.

Bove, F. J.: The Story of Ergot. S. Karger, New York, 1970.

Hofmann, Albert: La historia del LSD. Editorial Gedisa.

Kilbourne Matossian, Mary: Poisons of the Past. Yale University Press.

Lapinskas, V «A brief history of ergotism: Anthony’s fire and St. Vitus dance until today». Medicinos Teorija ir Praktika, 2007 – T. 13 (Nr. 2).

Ott, Jonathan: Pharmacoteon. Los libros de la liebre de marzo.

Ruiz, Juan Carlos: Drogas Inteligentes. Editorial Paidotribo.

Stoll, Arthur: «Recent investigations on ergot alkaloids». Chemical Reviews, Vol. 47, No. 2: October 1950

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