En la entrega anterior comenzamos una breve historia del cornezuelo del centeno, el hongo de donde se extraen drogas tan conocidas como la LSD y la Hydergina, creadas por Albert Hofmann. Su importancia no se limita a los trabajos del buen doctor, sino que su vínculo con el ser humano comenzó en la Antigüedad.
Historia del ergot (continúa)
Grecia y Roma
Ya hemos mencionado en entregas anteriores la relación del cornezuelo del centeno con los misterios de Eleusis. Rudolf Kobert, historiador de la medicina y la farmacología de finales del siglo XIX y comienzos del XX -que también hemos citado- investigó si los griegos tuvieron contacto -médico, no religioso- con el protagonista de nuestra historia. Para no extendernos demasiado, podemos resumir diciendo que Kobert rastreó las posibles menciones al cornezuelo en los Escritos Hipocráticos (siglos -V y -IV), en el tratado de botánica de Dioscórides (siglo I) y en las obras de Galeno (siglo II). También buceó en los escritos de autores romanos, por ejemplo Julio César (siglo -I), Lucrecio (siglo -I), Plinio el Viejo (siglo I) y Cornelio Celso (siglo I), y en todos ellos descubrió referencias a nuestro hongo. Esto significa que la medicina grecorromana lo conocía, si bien en su vertiente negativa, ya que todas las citas hablan de los problemas de salud creados por la ingestión de cereales parasitados por ergot. No obstante, se trata de argumentos probables que no pueden demostrarse fehacientemente, por lo que hay estudiosos que dudan de esta teoría. En cualquier caso, como ya mencionamos en entregas anteriores, gracias a la tesis de Hofmann, Wasson y Ruck -muy posterior a los trabajos de Kobert- sabemos al menos que el cornezuelo no era desconocido para los griegos, y hace más probable la propuesta de Kobert.
Después del esplendor de la época romana, Occidente fue cayendo en la decadencia por diversas causas. El auge del cristianismo coincide con este declive de la Historia, y es una de sus consecuencias, ya que en períodos de crisis proliferan las religiones de salvación; también es causa suya porque contribuyó a la caída del Imperio Romano. Si se nos permite una digresión filosófica que viene muy al caso, la religión es la unión del ser humano con la divinidad, más allá de uno u otro dios, todos ellos inventados por nuestra mente para nombrar lo que no podemos entender. Si existe una religión verdadera y alguna entidad divina, sin duda se trata del universo en su totalidad. Como parte que somos del conjunto de la naturaleza, nunca podremos llegar a entenderla por completo. Somos una pequeña parte del mundo, una parte consciente y auto-consciente, seres que desean y necesitan comprender lo que les rodea; pero esa comprensión se hace mediante conceptos y representaciones, esa comprensión está en nuestras cabezas, no en el mundo: es una creación nuestra, no una descripción exacta de la realidad. Parafraseando a Nietzsche, la persona viva no puede emitir juicios objetivos sobre el mundo porque es juez y parte; la muerta, aunque ya no forma parte de la vida, tampoco puede por motivos bastante obvios.
Por esta inmensidad del universo y nuestras inevitables pequeñez y subjetividad, si hay una religión verdadera debe consistir en asumir la naturaleza como lo divino, porque ella es la que nos da la vida y los recursos para subsistir. De ahí que las creencias más apegadas a la tierra, las que aceptan la diversidad del entorno y la reflejan en su carácter politeísta -como por ejemplo la de Eleusis- sean más vivas, más reales, que las que postulan un solo dios, las monoteístas. En éstas el ser divino está tan separado del mundo que los fieles sólo pueden aceptarlo por fe y sin contacto alguno con él, exceptuando las experiencias de algunos místicos, sin duda inducidas por consumo de sustancias psicoactivas u otro método de modificación de conciencia.
La ascensión del cristianismo llegó a su cumbre con el Edicto de Tesalónica (380), decretado por el emperador Teodosio. Se prohibieron los otros cultos y se clausuraron los misterios eleusinos. Si esto fuera todo, podría entenderse como una victoria político-histórica del cristianismo gracias a su siempre interesada y oportunista alianza con el poder terrenal. Sin embargo, lo que resulta más ignominioso es su copia descarada de los cultos paganos más populares, con el fin de presentarse como el legítimo sucesor de la tradición grecorromana y tener así más fuerza de persuasión. Los llamados Padres de la Iglesia, para dar contenido a una religión que comenzó siendo una simple secta judía sin base filosófica ni teológica, tomaron numerosos elementos de la tradición clásica, pero vaciándolos de contenido y dejando sólo la forma; falta de sentido que llega hasta nuestros días y pretende solucionarse con la fe ciega de los fieles. Por ejemplo, la eucaristía cristiana y su hostia elaborada con harina de trigo, que tras la transubstanciación se convierte en el cuerpo de Cristo, se inspiró en los misterios eleusinos (y en el culto al sol; de ahí su forma circular) y en su espiga. Pero, mientras que el brebaje enteogénico, gracias a sus propiedades químicas, permite contemplar lo divino de la vida y del universo, el comulgante cristiano sólo puede imaginarse la unión con su dios al comer esa insulsa galleta blanca que -afirman sus sacerdotes- simboliza su cuerpo.
Edad Media
Durante la Edad Media hay referencias seguras al cornezuelo, y todas ellas narran las intoxicaciones originadas por nuestro protagonista, que reciben el nombre genérico común de ergotismo. La primera plaga conocida tuvo lugar en París, en el año 945. Con toda probabilidad hubo muchas antes; por ejemplo, suele mencionarse una en Alemania en el año 857, pero no hay datos que lo confirmen. Las clases bajas eran las más propensas a sufrirlas porque se alimentaban casi exclusivamente del pan de peor calidad, el de color más oscuro por incluir granos parasitados con ergot.
El ergotismo tiene dos formas: la gangrenosa y la convulsiva. En la forma gangrenosa, quienes la padecen sufren náuseas y dolor en los miembros; las extremidades se ponen de color negro, se secan, parecen momificadas y llegan a romperse por las articulaciones. El dolor va acompañado de quemazón, razón por la cual la enfermedad fue denominada ignis sacer (fuego sagrado). Las epidemias estaban tan extendidas y causaban tantas muertes que en 1093 se fundó en el sur de Francia, para ayudar a los afectados, la Orden de los Hospitalarios de San Antonio. Al ser éste el patrón, la enfermedad también se llamó Fuego de San Antonio. Los monjes de esta orden fundaron casi cuatrocientos hospitales, y quienes sufrían ergotismo mejoraban porque el pan que les daban no contenía centeno. De hecho, uno de los motivos de la fama de la peregrinación a Santiago de Compostela era que los enfermos procedentes de Francia y Centroeuropa, según llegaban al sur de Francia y a España en su viaje hacia Galicia, pedían ayuda a los monjes, quienes -además de los ritos y supersticiones propias del cristianismo- les daban pan de trigo, que sustituía al pan de centeno propio de países más septentrionales. Así, al llegar a Santiago estaban curados, pero al regresar a sus lugares de origen y volver a tomar el pan de centeno contaminado, enfermaban de nuevo. Evidentemente, si algún tiempo después efectuaban una nueva peregrinación, volvían también a mejorar de su dolencia. No está de más decir que los monjes tenían conocimientos botánicos, y que, aparte del pan no contaminado, administraban ciertas hierbas curativas como parietaria, hipérico y artemisa, que ayudaban a aliviar la condición de los enfermos.
La segunda forma de ergotismo es la convulsiva, caracterizada por problemas nerviosos como convulsiones y espasmos dolorosos, acompañados en ocasiones por alucinaciones, manía o psicosis. Esta forma era más frecuente en Alemania y el este de Europa, mientras que la gangrenosa era más frecuente al oeste, posiblemente por las distintas especies de cornezuelo y, en consecuencia, por su diferente contenido en ergotoxinas. Este ergotismo parece ser la explicación de los fenómenos de histeria colectiva caracterizados por danzas, convulsiones y alucinaciones, atribuidos a la brujería, que tuvieron lugar entre el siglo XIV y el XVII, principalmente. Para expulsar los demonios del cuerpo, la gente solía rezar a San Vito, que se convirtió en el patrón de los bailarines. Un error frecuente es creer que la expresión «tiene el baile de San Vito» se refiere al ergotismo convulsivo, ya que lo correcto es utilizarlo para la corea de Sydenham, una complicación neurológica, síntoma de la fiebre reumática.
Referencias:
1. V. Lapinskas, «A brief history of ergotism: Anthony’s fire and St. Vitus dance until today». Medicinos Teorija ir Praktika, 2007 – T. 13 (Nr. 2).
2. Rudolf Kobert, «Zur Geschichte des Mutterkorns», 1889.
3. George Barger, Ergot and ergotism: A monograph. London, 1931.
4. F.J. Bove, The Story of Ergot. S. Karger, New York, 1970.
5. Jonathan Ott: Pharmacoteon. Los libros de la liebre de marzo.