Ofrecemos la biografía de Antonio Escohotado que se publicó en la revista Cannabis Magazine, números 71 y 72. Se trata de la semblanza más completa sobre el autor de Historia General de las Drogas.
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No hay duda de que el nombre de Antonio Escohotado Espinosa resulta familiar a todos los lectores, ya que es uno de los autores más importantes de la actualidad, no sólo por la relevancia de sus obras, sino también por la amplia variedad de los temas que trata.
Para los drogófilos es, sobre todo, el autor de Historia de las drogas y la celebridad que, en sus artículos y apariciones en los medios de comunicación, defiende la ‘normalización’ de las sustancias psicoactivas (devolverles su estatus de cosas normales en el mundo en que vivimos); no tanto la ‘legalización’, que en cierto modo implicaría reconocer su condición de objetos prohibidos, una situación a todas luces anormal.
Un filósofo de nuestro tiempo
Escohotado está incluido en el diccionario de pensadores del siglo XX. Políticamente se define como liberal, en la línea de David Hume y Thomas Jefferson. No entra en la dicotomía izquierda-derecha, sino que le interesa más el debate entre libertad-autoritarismo; toma partido por el primer término y rechaza toda versión del segundo, sin importar su procedencia. Como estudioso y erudito ha investigado numerosos campos del saber (Aristóteles, Hegel, filosofía presocrática, filosofía de la ciencia, pensamiento económico…), y como ensayista ha escrito sobre todos ellos, despertando en ocasiones la ira de muchos supuestos expertos, esos que no toleran que alguien ajeno se entrometa en lo que consideran de su exclusiva propiedad. Es difícil encasillarle, y reconoce que no le gustan los calificativos, pero tal vez el de ‘filósofo’, en su sentido más amplio, sea el que mejor le defina: «Lo que en esta vida me ha mantenido en una actitud de independencia es muchísimo amor y curiosidad intelectual. No admito estancamientos porque a mí lo que me gusta es estudiar y conocer; eso no tiene fin» (1). Es lógico que dos de sus pensadores predilectos sean Aristóteles y Hegel, los máximos exponentes del saber enciclopédico.
Este profesor de Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales que aprovecha el silencio de la noche para estudiar y escribir declara que sus valores supremos son, en primer lugar, el cultivo del conocimiento; en segundo lugar, el amor; y tercero, la ebriedad, el consumo de sustancias psicoactivas (2). Una lista de preferencias que constituye todo un reto para el mundo en que vivimos, tan mediocre, ramplón y apegado a lo inmediato y lo material.
Años de juventud
Filósofo, jurista, sociólogo, escritor, traductor, psiconauta; padre de siete hijos, fruto de tres matrimonios…, Antonio Escohotado nació en Madrid en 1941. Vivió en Río de Janeiro desde 1946 a 1956 porque su padre era agregado de prensa en la embajada española en Brasil. Volvió a España y, como él mismo dice, pasó «del trópico pagano al nacional-catolicismo (expresión acuñada por su amigo Carlos Moya, catedrático de Sociología) mesetario de nuestros años cincuenta».
Su vocación fue, desde muy joven, la Filosofía con mayúsculas, con la utópica idea de elaborar una ‘Historia del pensamiento occidental’. Por eso eligió esta carrera cuando le llegó el momento de iniciar estudios universitarios, si bien se matriculó también en Derecho haciendo caso a aquel viejo y conocido consejo familiar de «la Filosofía no tiene salidas profesionales, y en cambio el Derecho sí», que algunos hemos vivido y soportado. A pesar de las altas metas que desde tan joven se marcara, Antonio también tuvo su niñez, edad en la que todos hemos hecho trastadas. Y así, en una entrevista reconocía que le quisieron expulsar dos veces del colegio por blasfemo, tras haber metido sapos en el sagrario, la caja donde se guardan las hostias que se reparten durante el acto de la comunión cristiana (2)
Los primeros años de universidad supusieron un golpe para su espíritu independiente, y con el paso de los años sufriría unos cuantos más. La (por aquel entonces) Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central -después Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense- era «un diálogo de sordos entre neotomistas, neopositivistas y neomarxistas». Quien esto suscribe puede dar fe de que la situación continuaba igual treinta años después, si bien el número de neotomistas se había reducido debido a las bajas forzosas por jubilación y fallecimiento; pero para compensar apareció una nueva especie en crecimiento durante la década de los ochenta, la de los posmodernos, que ahora -veinte años más tarde- tal vez se llamen «neoposmodernos»; no lo sé con seguridad. Escohotado se libró de soportarlos cuando estudiaba porque la madre Francia aún no los había parido, pero posteriormente llegó a conocerlos muy bien: «Hoy hemos llegado a intelectuales tipo Baudrillard, por ejemplo, y los que seguirán, de pensamiento débil, posmodernos, pajilleros mentales que protestan y protestan básicamente porque les hacen menos caso cada vez. Se extinguirán, y me alegro. No son científicos, ni exploradores, ni aventureros, ni vividores. Son simplemente dogmáticos vestidos de no dogmáticos» (2).
En vista de la penosa situación en que se encontraba la fábrica del título oficial de filósofo, decidió terminar solamente la carrera de Derecho, después de lo cual sacó unas oposiciones del Instituto de Crédito Oficial -tan popular en la actualidad por los créditos concedidos a empresas en tiempos de crisis-, donde trabajó como asesor jurídico, además de ejercer simultáneamente como profesor ayudante en varias facultades. El joven Escohotado ya apuntaba buenas maneras psiconáuticas, y su primer artículo publicado fue «Alucinógenos y mundo habitual» -en Revista de Occidente, en el año 1967 (3)-, con sus primeras investigaciones sobre el tema, tras haberse iniciado en la LSD un par de años antes. Usó le incluye entre el grupo de jóvenes intelectuales (junto a González Noriega, Martínez Marzoa, Fernando Savater, Carlos Moya, Mariano Antolín Rato, Leopoldo María Panero y otros) que se inició en el consumo de LSD a mediados de los sesenta. Las primeras dosis llegaron gracias a dos americanos de la base de Torrejón de Ardoz, al elevado precio de 1.000 pesetas la unidad. Tras esa experiencia inicial siguió una intensa actividad psiquedélica y en el artículo mencionado se intuía una demanda de ilustración farmacológica frente a la barbarie y la ignorancia (4).
Su carácter de estudioso y erudito quedó patente ya en esta época porque, a pesar de no conseguir el premio extraordinario de licenciatura, redactó su tesis doctoral antes de terminar la carrera. El trabajo trataba sobre Hegel, y el catedrático de Filosofía del Derecho, Luis Legaz, lo leyó y le indicó que bastaría añadir un capítulo dedicado a Kant. La tesis debió haberse leído en 1968, con lo que habría sido el primer ensayo presentado en España sobre Hegel; sin embargo, el decano de la facultad, Luis García Arias, también presidente del tribunal de doctorado, consideró la tesis anticatólica y consiguió ir retrasando su lectura pública en varias ocasiones. Se presentó por fin en 1970, con el título de «La filosofía moral del joven Hegel, con especial referencia al concepto de la ley» (5). Fue publicada en 1972 en Revista de Occidente como «La conciencia infeliz. Ensayo sobre la filosofía hegeliana de la religión», y recibió reseñas positivas, además del premio de la Nueva Crítica de ese mismo año.
Los problemas para leer la tesis obligaron a que su primer libro publicado fuese Marcuse: utopía y razón (Alianza Editorial, 1969), escrito años después del primero. El propósito de esta obra era analizar la fusión que hacía Marcuse de Hegel con Marx y Freud.
En 1970 deja su trabajo en el ICO y se marcha a Ibiza, en pleno apogeo del movimiento hippie. «Dejé aquello -buen empleo, buen sueldo, importante status- por irme de aventura, a descubrir otros mundos, otros valores. Eso no gustó a mis amigos que nunca entendieron mi decisión. Y es que mi necesidad va más por el terreno de la investigación que por la acumulación de capital» (1).
Dice Juan Carlos Usó que, una vez liquidado el Verano del Amor (California, 1967) y tras la resaca del agitado mayo del 68 en París, se produjo una gran diáspora juvenil. La isla de Ibiza y Katmandú, capital de Nepal, se convirtieron en santuarios, en reductos donde los jóvenes podían vivir con total libertad y en armonía con la naturaleza (6). Sigue contando Usó que los primeros hippies llegaron a España en 1967 atraídos por la devaluación de la peseta, y con ellos llegó la LSD y otras drogas. Escohotado se estableció en la Isla Pitiusa a comienzos de los setenta, y allí se quedó hasta 1983, dedicándose a estudiar y a traducir. Vivió en una casa humilde, pero ideal para estudiar, escribir, traducir, ensayar con drogas y experimentar en primera persona sus efectos sobre la mente. Eran los tiempos de la Ibiza libre, muchos años antes de la movida ibicenca de la ‘beautiful people’ y los famosillos de turno: «Más que hippy, fui freak: quería vivir en la naturaleza, hacer la revolución sexual e investigar con las drogas, pero sin creer en místicas (…) Vivíamos en una choza sin luz ni agua, y trabajaba haciendo traducciones o en lo que salía» (7). Independientemente de la moda imperante, una persona con su carácter y formación no podía identificarse con gente ansiosa por encontrar gurúes, ni tampoco caer en cosas como dietas macrobióticas, atuendos orientales y venta de hebillas y escayolitas en mercadillos. Escribía años después: «El ácido, como el peyote y el hongo psilocibe, fue estandarte para una contracultura algo pueril y abrumadoramente victoriosa al nivel del gusto, que por eso mismo se disolvió sin holocausto dejando una estela de fenómenos tan dispares como ecologistas, toxicómanos sórdidos y el grupo de quienes podían llamarse tolerantes o iniciados» (8). En cuanto a las relaciones sentimentales, fue una época bastante liberal, en la que primero se hacía el amor y después se hablaba de otros temas. En lo relativo a las ideas políticas, estuvo cercano a la izquierda, como casi todos los jóvenes españoles universitarios de los sesenta y comienzos de los setenta; según confiesa, en la embajada de Vietnam del Norte de París intentó alistarse en el Vietcong para luchar contra el imperialismo yanki, pero tuvo la suerte de que le dijeran que allí no podría sobrevivir ni una semana. Afortunadamente, pronto se le pasaron las veleidades izquierdistas.
(Continuará)
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