Los días 27 y 28 de junio pasado se celebraron en Barcelona las II Jornadas sobre enteógenos (alucinógenos). La estrella más entrañable del evento fue el universal Dr. Albert Hofmann, químico descubridor de la LSD-25, la droga que revolucionó el mundo occidental, nuestro arte, la forma de entender la vida y la muerte, nuestras relaciones sociales…
No creo que sea necesario extenderme acerca de esta substancia, ingerida casualmente por el Dr. Hofmann en abril del 1943 y que resultó ser la llave química de donde nacería el Pop art, el interés por las filosofías orientales y un conjunto de elementos más que hoy configuran el zócalo más profundo de nuestro mundo y de nuestra idiosincrasia. Albert Hofmann tiene 91 años pero en absoluto lo aparenta. Elástico en los movimientos y jovial hasta cualquier hora nocturna, sin bastón, gafas, ni otras ayudas artificiales. Le encanta el vino tinto y asegura que beber una copa cada noche alarga dos años la vida, sabe tratar a los demás con un respeto excelso y le atraen las chicas hermosas y la vida intensa. Hace más de veinte años que no toma LSD (¿para qué? la LSD ya me dio todo lo que me podía dar, no necesito tomar más, me responde cuando lo comentamos) y su mirada es firme, escudriñadora e irónica hacia todo lo que le rodea. Es de las pocas personas que conozco que cuando te mira lo hace de frente, está totalmente en ello y sabe escuchar ¡virtud, por desgracia, a la baja!. También es espontáneamente cuidadoso y sopesa cada uno de sus actos. Me recuerda a los campesinos suizos, su país de origen y donde ha vivido toda su vida: fuertes, sanos, risueños y a la vez atentos, perspicaces y de mirada directa.
Lo que sigue es el resumen de una larga charla entre amigos, un domingo por la tarde, después de una sabrosa paella preparada con cariño.
Josep Mª Fericgla: Albert, ¿hay alguna pregunta que te hubiera gustado que te plantearan y nadie lo ha hecho?
Albert Hofmann: (piensa un segundo y responde con seguridad): ¡Sí! Por qué estudié química. Nadie me lo ha preguntado nunca.
J.Mª F.: Bien, pues… ¿por qué te hiciste químico?
A.H.: Estudié química porque era una cosa extraña. Es sorprendente que cuando yo tenía 19 años estudiaba literatura, historia, artes… ¡eso era lo que me gustaba! Me preguntaba a mí mismo ¿qué es el mundo material? ¿cuál es la ciencia del mundo material? Fue por esa razón filosófica que estudié química. Mi antiguo profesor de filosofía me repetía a menudo que debía hacer algo en este campo, lo que entonces me sorprendía porque yo no sabía nada de química ¡hice el bachillerato de latín!. Sólo sabía que era la ciencia del mundo material y esto es un verdadero misterio, pero es algo que… debía ser válido, porque el mundo material existe y no podemos cambiarlo con sólo una discusión de opiniones. En literatura o en arte siempre hay ideas distintas, pero el mundo material es estricto, es rígido. Este fue el motivo por el que estudié química. Claro que debo decirte también que sin esa extraña idea nunca hubiera descubierto la LDS, y cuando eso sucedió reapareció de nuevo ese misterio que tenía en la mente a los 19 años. Siempre me andaba preguntando a mí mismo ¿por qué llegaste a estudiar química? Y ahora creo que probablemente ese era mi destino, tenía que descubrir la LSD pero para eso hacía falta estudiar química…
J.Mª F.: Hay químicos que defienden que los seres humanos no somos más que un complejo saco de química. ¿También tu piensas eso?
A.H.: ¡¡No, no!! Lo es nuestro cuerpo. Eso sí es química, por supuesto. Todos contenemos los mismos elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno… por eso somos parte del Universo material. Somos una parte individual de ese Universo material, y como seres conscientes somos una parte individual de la Consciencia Universal. Esa es mi manera de verlo. Todo en el universo tiene una parte material y otra espiritual, ¡todo! El Universo espiritual no podría existir sin el material y al revés.
J.Mª F.: Eso es algo defendido por casi todas las religiones, pero el problema no es la dualidad sino cómo o dónde se halla la conjunción entre espíritu y materia.
A.H.: Tienes razón. Puedo mostrarte exactamente donde está: en los centros del cerebro. Por ejemplo, fíjate en las experiencias visuales ¿qué son? ¿cómo podemos ver algo? Para ello debe haber algo fuera, un objeto. Pero entonces sólo podemos verlo si hay luz. La luz es energía, ondas electromagnéticas que penetran en nuestro ojo. Luego, estas ondas producen una imagen nerviosa en el ojo y desde ahí el nervio óptico las envía a los centros del cerebro. Toda esta geografía del cerebro la conocemos perfectamente. Pero entonces pasa algo: a partir de este suceso energético, es decir material, se produce la visión, y la visión es algo espiritual, no es material. De esto no se puede explicar nada más. Ver es ver y no es material. No podríamos ver sin la materia, sin la energía, pero esta energía no produciría ninguna imagen sin el mundo espiritual. Ver es algo absolutamente espiritual. Las ciencias naturales no pueden dar ninguna explicación a ello. Siempre tenemos un impulso exterior, quizás químico si comemos algo, y esta química en mi interior produce un impulso que llega hasta el cerebro, y mi mente dice: «dulce, dulce…». Así, toda esta conexión entre el mundo material y el espiritual sucede en nuestro cerebro, en los centros del cerebro. Hasta ahí podemos reseguir las ondas energéticas que vienen del exterior… pero ahí empieza el mundo espiritual porque, por ejemplo, el sonido no existe en el exterior, allí sólo existen vibraciones de aire, el sonido tal y como lo percibimos es espiritual, lo mismo con los sabores y las imágenes.
J.Mª F.: Estos argumentos los he leído en tu último libro Mundo interior mundo exterior, pero me gustaría saber tu opinión más allá de esto. Este límite entre lo material y lo espiritual ¿cómo lo concibes traducido al fenómeno vida-muerte?
A.H.: ¡Me gusta esta pregunta, es interesante! Ambos, el mundo material y el espiritual, provienen del mismo origen. La materia es básicamente caos, entonces llega una fuerza espiritual que, por así decir, produce una química muy inteligente y organiza los elementos materiales para formar todos los organismos vivos. En el mismo principio hay una chispa de vida que no podemos explicar, que se sitúa en la semilla, en la célula fertilizada. Es como una célula de la Consciencia Universal. Existe algo misterioso: la consciencia. Es ella la que construye un ser vivo a partir de materia muerta. Es la fuerza de la vida, la misma que crea una planta, una flor o un ser humano… todo. Cuando morimos este elemento de consciencia desaparece. Ya no podemos ver, ni oír… todas estas funciones que están dirigidas por la fuerza vital ya no se dan. Nuestro cuerpo vuelve a la forma desde la que se originó agua, carbono…, vuelve a la Consciencia Universal. Deja de ser una parte individualizada de esta Consciencia Universal y se convierte en parte del mundo material universal, los elementos. Es evidente para las ciencias naturales que aunque no podamos explicar por qué pasan estas cosas, si no hay energía, si no está presente esta fuerza creadora que origina las plantas y los seres superiores, todo vuelve a los elementos base, al caos. A esta fuerza creadora podemos llamarla Dios o Espíritu creador, o como se quiera, se trata de una fuerza mística que utiliza el mundo material para manifestar su espiritualidad. Me atrevería a decir que el mundo material es la representación, como la imagen, del mundo espiritual.
J.Mª F.: Si te parece, cambiemos de tema. Después de toda la historia reciente ¿Nunca te has arrepentido de haber descubierto y divulgado la LSD-25?
A.H.: ¡No, nunca! Yo intentaba preparar un medicamento y descubrí los efectos de la LSD, esta substancia que tiene un efecto espiritual. ¡No puede ser nada malo! Tampoco era mi intención descubrirlo. Digamos que tuvo que ser idea de algún espíritu generoso. Para nada puedo sentirme arrepentido, en todo caso debería ser la vida la que se arrepintiese. Debes hacer lo que depende de ti, y probablemente ya esté planificado todo lo que luego sucederá.
J.Mª F.: Pareces muy determinista con esta afirmación, Albert. Para hablar de tu antiguo conocido C.G. Jung, tal vez él diría que nuestras acciones están mayormente determinadas por el inconsciente que es quien planifica, ¿qué piensas de ello? ¿Compartes el rechazo a la idea de la existencia de un inconsciente humano, como hacen algunos científicos positivistas?
A.H.: Tengo una opinión bastante clara al respecto. No comprendo como se puede negar el inconsciente ¡es tan obvio! Tenemos sueños, recuerdos que hemos olvidado y luego recuperamos de nuevo, también para eso sirve la LSD. Todo eso es inconsciente. Ahora mismo, yo soy consciente de este momento, pero no puedo serlo de todo lo que me sucedió ayer o anteayer. Cuando estamos sanos, la consciencia es siempre ahora y aquí, el resto es inconsciente. Es como si registramos imágenes en una cinta de vídeo y después las podemos poner una y otra vez. Lo que sea sucedió una única vez, pero no puedes decir que el vídeo no existe.
J.Mª F.: ¿Crees que cada enteógeno genera imágenes similares en cada persona que lo consume?
A.H.: Es una experiencia interior, en el inconsciente. Pero eso no significa que sea siempre igual. No siempre vi flores ni formas psicodélicas al tomar LSD. Tuve experiencias muy, muy diversas. Algunas extrañas y otras muy cercanas a la consciencia diaria.
J.Mª F.: La ayahuasca es el centro de la cultura simbólica del mundo indígena en la amazonia. Una vez realicé un experimento ofreciendo LSD a un apartado chamán indígenas amazónico sin ningún contacto con la California años 60, y dijo haber visto flores y cielos de colores, imágenes que nunca aparecen con la ayahuasca y que él desconocía. ¿Qué posibilidades químicas hay de que esta imaginería que parece salir del inconsciente venga «insertada» en la LSD?
A.H.: No lo sé, pero hay algo curioso en esta conexión. Cuando experimenté con hongos alucinógenos por primera vez, los había conseguido para analizarlos pero yo quería probar el efecto antes de iniciar la investigación en el laboratorio. Así que mastiqué aquellos hongos secos y tuve una experiencia muy extraña. Todo cambió y adquirió un carácter indio: los colores, las figuras, mi habitación había cambiado. Yo nunca había estado en México, pero tenía la sensación de que aquello debía ser como México antiguo. Se acercó uno de mis colegas que estaba allí para supervisar mientras yo ingería los hongos. Es un hombre rubio, pero yo le vi como a un sacerdote azteca. Yo había leído sobre aquellos sacerdotes, y realmente el ambiente y la estancia eran típicamente indios. Se dice que estas imágenes son típicas de la psilocibina. Ahí sí veo una conexión entre el arte indio y las visiones que tienen con mezcalina o psilocibina. Me sucedió lo mismo que en mi experiencia con María Sabina. Ella me preguntó qué había visto y le respondí que una imágenes difíciles de describir. Posteriormente hicimos un tour visitando viejas iglesias de la primera cristianización de México, construidas por obreros indios. Al entrar, vi representado lo que me había aparecido en las visiones de los hongos psilocíbicos. Siempre se ha dicho que le arte mexicano ha estado muy influido por este tipo de visiones.
J.Mª F.: Dada la enormidad de tus experiencias personales y del importante papel que has jugado en la cultura actual ¿qué recomendarías a los jóvenes, en general?
A.H.: En el prólogo de mi libro sobre la LSD describí una visión de una experiencia que tuve siendo niño y que se repitió bajo los efectos de la LSD. Esto significa que podemos tener experiencias visionarias espontáneas, son naturales. La posibilidad está en el interior del ser humano aunque estas substancias ayuden a provocarlo. Por eso, al principio me sorprendió que uno pueda provocarse estas experiencias con substancias químicas. Pero yo les diría a los jóvenes: intentad abrir los ojos, intentad mirar ¡sólo mirar!. Hay quien dice que es peligroso, pero es porque miran y piensan con palabras. Y lo importante es ver sin pensar, para poder pensar después ¡Ver y pensar! no se pueden hacer ambas cosas a la vez. En la entrada a una vieja ciudad suiza está escrito: Abra los ojos, significa que intentes ver lo que es de verdad y no pienses en que esto es el cielo, o un árbol o una nube. No. Mira el árbol sin pensar. Mira todas las cosas vivas que no están hechas por el ser humano. Sólo míralas, eso es lo que digo a la gente joven. Después, y si uno quiere por supuesto, puede provocarse las imágenes con la ayuda de substancias, pero antes hay que mirar. Tuve una discusión con Leary porque daba enteógenos a los jóvenes y yo les decía que antes de intentar ver más, simplemente tenían que ver. No hay que trastornarlos con demasiados pensamientos. Es importante que los jóvenes salgan a los bosques, a la Naturaleza… ¡y miren! Eso es lo que deberíamos enseñar en las escuelas, además de pensar y nombrar. Uno termina pensando en los nombres de las cosas y no en las cosas de verdad. Con los escritores sucede lo mismo: los hay que se expresan en términos abstractos y otros que intentan describir las imágenes, y eso es importante porque muchos pensamos en imágenes. El pensamiento abstracto es muy difícil para mí, no podría pensar como hacen los abogados o los filósofos.
J.Mª F.: Nietzsche dijo que el siglo pasado fue el siglo de la salvación, la gente orientaba sus vidas hacia ello, pero que el presente siglo sería el de la curación, la gente buscaría sanarse, y parece que acertó. ¿Qué sugerirías a los psicoterapeutas actuales?
A.H.: Creo que la psicoterapia va por buen camino. Cada vez viene más la psicoterapia transpersonal y cuando se hace bien, cosa que aun muy pocos saben, significa que en lugar de mirar adentro y analizarlo todo, hay que intentar abrirse a fuera. Transpersonal significa que no te mires sólo a ti mismo, sino que mires al exterior. Aquí está el futuro de la LSD, ayuda a mirar y a ver hacia fuera. Te cuento un ejemplo, el hijo de un amigo mío era estudiante de medicina y no se encontraba psicológicamente bien. Seguía con su trabajo habitual pero empezó a tener problemas, a ver cosas en la habitación y no podía dormir. Fue a un psiquiatra que le hizo análisis buscando cuál era su problema, entonces me lo enviaron. Le pregunté y me lo contó, pero no podía decir exactamente qué problema sufría. La situación es que tenía 20 años y en Suiza a esa edad hay que cumplir el Servicio Militar. Mi amigo me preguntó si podía enviar a su hijo en ese estado. Le contesté que sí ¡que lo hiciera!. Allí le levantaban a las 5 de la mañana, tenía que fregar siempre. A los dos meses regresó con sus problemas curados. No siempre es bueno mirarse hacia adentro, hay que forzarse a mirar fuera. Una actividad con un objetivo concreto y con significado es la mejor curación para los problemas psíquicos. Hay que mirar hacia afuera para que el ego salga y esté en comunión con el mundo exterior. Mirarse al interior enloquece, hace a la gente egocéntrica y tonta. Goethe decía que el único camino para librarse del sufrimiento psíquico es hallar una actividad dirigida por un objetivo.
J.Mª F.: Esto parece bastante contrario a lo que proponía Freud.
A.H.: Creo que Freud no era un buen hombre, no, en absoluto.
J.Mª F.: Estamos alegres de verte, a tus más de 90 años, en este estado físico y mental. En confianza, y si me lo quieres explicar ¿cuál es tu secreto?
A.H.: ¡Ja, ja, ja…! Es que tengo los ojos abiertos. Me entran muchas cosas de fuera y me olvido de mí mismo, y siento que la vida es hermosa. Eso es lo más importante. No soy un fanático de la salud, pero tengo un metasentido de lo que es bueno para mi cuerpo. Cuando tenía 50 años tuve dolor de mi brazo y fui al médico. Descubrí que colgarme de los pies al revés era muy bueno por su efecto antigravedad y desde entonces lo hago cada día. No puedo tragar nada si no lo mastico mucho, así también se disfruta más de la comida mientras está en la boca. Mucha gente traga demasiado rápido, y la gente trabaja de la misma manera que come. Yo como lento, trabajo lento… ¡soy un hombre perezoso! Pero lo importante para estar bien es el mundo espiritual. Antes también corría por el bosque, me gustaba muchísimo, y cuando era joven practicaba varios deportes. Ahora camino bastante.
J.Mª F.: ¿Cómo se imagina el futuro una persona como tu, que recuerdas cuando llegó el primer coche a la ciudad de Basilea y has vivido la transformación del mundo?
A.H.: El futuro próximo será una época terrible con una crisis increíble. Pero podemos mirar la historia, las crisis anteriores, y vemos que la vida es mucho más fuerte que las cosas. Sobreviviremos, pero tendremos que pasar por épocas muy, muy malas. Ahora estamos intentando destruir la Naturaleza, pero antes de que podamos destruirla nos habremos acabado a nosotros mismos. También a nivel social es desastroso, incluso en Suiza hay gente muy pobre y gente muy rica. El sistema capitalista es terrible. Hemos de aprender a cambiar las cosas, debemos estar en armonía con la Naturaleza. La fuente de la vida no está en lo que hacemos los seres humanos sino en la Naturaleza y nosotros somos parte de ella. La gente volverá al campo, como antiguamente, y vivirá en poblaciones pequeñas. Desaparecerán los problemas de las ciudades de millones de habitantes que viven en un entorno muerto. Creo que en el fondo tengo una imagen positiva porque sabemos qué es lo que hay que hacer para ser felices. Lo sabemos aunque no lo hacemos. Pero al final, no hay más remedio, tendremos que hacerlo.
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