Conocimiento enteógeno

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Por Raúl del Pino

Los que hemos emprendido el camino del conocimiento, mejor dicho, del autoconocimiento, debemos luchar contra una infinidad de barreras que hacen que este camino sea difícil de seguir. Pero los que buscamos el autoconocimiento de nosotros mismos por medio de sustancias psicoactivas y en especial de los enteógenos, debemos realizar una doble «cruzada».

Por un lado debemos luchar contra la intransigencia derivada de la ignorancia de algunos elementos de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Almas esclavizadas al sistema, que sin lugar a dudas les da lo que necesitan y que a cambio entregan su libertad. Estas personas llenas de ignorancia arremeten contra todo aquello que suena a «drogas», cuando lo más probable es que tengan en sus mesitas de noche un arsenal de pastillas para dormir, otro para contrarrestar los efectos de estas y como no pastillas para mantenerse despiertos y activos todo el día. Y si les dice que ellos también se están drogando, reaccionarán con un ataque de ciega cólera y argumentarán que esas patillas se las ha recetado su médico de cabecera. Por consiguiente es a la ignorancia del sistema(?) y a la de estas personas contra las que debemos luchar, pero no en una guerra sucia y llena de subterfugios, sino en una «guerra» de información y de comprensión, para poder liberar sus mentes de una manera paulatina y eficaz. Sin lugar a dudas este tipo de personas que se esconden tras organizaciones de lucha contra la droga, sin saber muy bien por que motivo, son el grupo más peligroso para aquellos que intentamos acercarnos a la Esencia de nuestra Alma realizando viajes interiores, pero no el menos dañino.

El grupo más dañino es aquel que también bajo la influencia de la ignorancia, corren a refugiarse en las sustancias más perjudiciales para liberar su mente de la presión del entorno, un entorno, claro está, creado por el mismo sistema que lucha en contra de la droga, pero que a la vez genera multitud de drogadictos, que deambulan por las calles buscando el alivio necesario. Por desgracia son ellos los que hacen que existan y coexistan los otros: los intransigentes.

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Yo mismo hace tiempo caí en las garras de la adicción, un abismo blanco que te envuelve y no te deja ver más allá pero del que pude salir, gracias a que encontré la libertad de mi mente, llenando el vacío de mi Alma que antes era incapaz de llenar por mi mismo.

Pero centrémonos en la «búsqueda». El que diga que este es un camino divertido y fácil está equivocado. Todos conocemos los «malos trips» que sufrimos a veces, que te atormentan y no te dejan descansar, para nada son divertidos. Son aterradores pero necesarios. Llevo dos años estudiando el tema de los enteógenos y de otras sustancias. Sin lugar a dudas el campo de las «otras sustancias» es más lúdico, pero el que más me atrae, e imagino que a todos los que estáis leyendo esto, es el de los enteógenos. Seguramente por la apertura de conciencia que se produce y que sin lugar a dudas ningún otro tipo de sustancias ocasiona.

Debemos tener cuidado a la hora de realizar experimentos ya que nos encontramos muchas veces con peligros que llegan a ser mortales de necesidad. Conocemos los casos por envenenamientos de atropina, alcaloide contenido en las solanáceas alucinógenas -aunque gracias a Dios estas son las únicas sustancias enteógenas que son mortales-. Sin embargo recordaré toda la vida un experimento temerario que hice una vez con las flores y hojas de una adelfa, la cual me produjo lesiones gastrointestinales que aún hoy en día sufro.

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Sin embargo, creo que toda búsqueda conlleva un riesgo y un sacrificio. El riesgo es dejar nuestra vida o nuestra cordura en el camino. El sacrificio es vivir siendo rechazados, incomprendidos y mirados como «bichos raros»; lo que muchas veces nos convierte en seres solitarios, pero no por imposición sino por elección. Estas dos cuestiones deben ser sopesadas por cada cual, pues no todos estamos preparados para asumir el riesgo y el sacrificio.

Me hace gracia cuando adquieres LSD a tu «camello» habitual y se queda asombrado por la cantidad de dosis que llega uno a comprar. El hombre no se cree que te puedas echar 4, 5 o 6 dosis en un instante. Lo más curioso es cuando te pregunta que si te has estado riendo toda la noche, y le contestas que el LSD no te hace reír, que lo tomas para explorar los campos de tu mente. Esa si es la cara de una persona que está viendo a un «bicho raro» .

Lo que me espanta es ver como la ciencia ortodoxa nos trata como locos suicidas o paranoides cuando tomamos sustancias enteógenas con total libertad. Estudiando psicofarmacología pude leer absolutos disparates sobre el consumo de alucinógenos (como los clasifican ellos). Concretamente en el libro de PSICOLOGIA FISIOLOGICA escrito por M. Rosenzweig y Arnold Leiman, de la editorial McGraw-Hill, en las páginas 218-219 donde habla sobre el LSD, no se si reír o llorar. Lo cierto, es que literalmente afirma que «Albert Hoffman experimentó un estado de soñolencia peculiar, casi de embriaguez» al ingerir accidentalmente LSD y en el Pharmacotheon de Jonathan Ott podemos leer las notas de laboratorio del Dr. Hoffman donde podemos ver las modificaciones de la percepción que sufrió. Más adelante donde habla sobre los efectos, el libro de psicología nos dice que los enteógenos producen psicosis paranoide.

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Creo que debemos desmitificar este tipo de aseveraciones que hacen más difícil nuestro trabajo. La ciencia está llena de dogmas, pero lo que muchas veces olvidan los científicos ortodoxos es que las bases científicas de hoy fueron creadas por los científicos heterodoxos, por personas que fueron tachadas de locos, revolucionarios o que incluso murieron ejecutados al hacer públicas sus ideas y teorías. Nada más hay que ver como dentro de las ciencias existen disputas por imponer criterios e hipótesis como parte integrante de nuevos paradigmas que al final terminan fracasando cuando surgen nuevas teorías. Si no, valga el ejemplo de la psicología, una ciencia en continua evolución y que hasta hace poco tenía la «mala costumbre» de sepultar los antiguos paradigmas bajo una lápida que ponía: «obsoleto, caduco y erróneo». Hoy en día conviven diferentes teorías del pasado y de la actualidad en lo que hoy conocemos como el paradigma cognitivista.

Pero no todos son obstáculos y desilusiones. Lo más bonito de todo esto es que encontramos una nueva forma de vivir. Aprendemos a escucharnos a nosotros mismos, a atender nuestras inquietudes espirituales e interiores -conocimiento este al que he llamado cognimisencia- y gracias a ello, a liberar nuestra ansiedad. Vemos la belleza de las cosas donde antes éramos incapaces de imaginar. Sentimos la presencia de algo eterno, le perdemos el miedo a la vida y a la muerte, y lo que es más importante, nos damos cuenta de que somos hijos de la misma Fuente.

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