Adrenocromo (III)

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Se dice, se cuenta, se comenta que el adrenocromo no existe, que existe; que produce efectos psicoactivos, que no los produce; que esto, que aquesto y lo de más allá; que ni lo uno, ni lo otro sino todo lo contrario…. ¿Qué será… será, pues, y qué hará o qué dejará de hacer esta sustancia? Sigan ustedes leyendo y, muy pronto, lo sabrán.

Por Eduardo Hidalgo

Habíamos finalizado la entrega precedente exponiendo unos apuntes preliminares sobre los trabajos de Hoffer y Osmond con esta sustancia. En esta ocasión, proseguiremos con la transcripción de parte de sus escritos:

Sumario del relato de un ensayo con adrenocromo (septiembre, 1952), 20-30 horas aproximadamente, condensadas en notas hechas en el momento por el sujeto (Osmond).

Después de que el líquido rojo-púrpura fuese inyectado [0,5 mg] en mi antebrazo derecho sentí un gran dolor. No esperaba que obtuviéramos ningún resultado de un bio-ensayo preliminar, de modo que, a mi juicio, no estaba en un estado de expectativas elevadas. El hecho de que mi presión sanguínea no subiera sugería que no estaba indebida o excesivamente tenso. Después de diez minutos, mientras me encontraba tumbado en un sofá mirando al techo, me di cuenta de que había cambiado de color. Parecía que la iluminación se había vuelto más brillante. Les pregunté a Abe y a Neil si habían notado algo, pero no habían notado nada. Miré alrededor de la habitación y pareció que había cambiado de una forma difícil de definir. Me pregunté si estas cosas no serían más que producto de mi propia sugestión. Cerré los ojos y apareció un brillante patrón de puntos de colores. Los colores no eran tan brillantes como aquellos que había visto con la mescalina, pero eran del mismo tipo. Los patrones de puntos tomaron gradualmente la forma de peces. Sentí que estaba en el fondo del mar o en un acuario entre un banco de peces de colores. En determinado momento, concluí que yo era una anémona en esa piscina. Abe y Neil persistían en preguntarme qué estaba pasando, lo cual me molestaba. Me trajeron un autorretrato de Van Gogh para que lo mirara. Nunca había visto un dibujo tan plástico y vivo. Van Gogh me contemplaba desde el papel, con la cabeza rapada, con dolor y mirada de loco; y parecía tridimensional. Sentía que podía acariciar la tela de su traje y que él se giraría dentro del marco. Neil me enseñó las cartas de Rorschach. Su textura, su apariencia de bajorrelieve, y las extrañas y divertidas formas que nunca antes había visto en las cartas eran extraordinarias.

Mis experiencias en el laboratorio eran, en general, placenteras, pero cuando salí, encontré los pasillos exteriores siniestros y hostiles. Me pregunté qué significaban las grietas en el suelo y por qué había tantas. Cuando salimos por las puertas del hospital, que conocía bien, me resultó hosco y desconocido. Mientras conducíamos por las calles, las casas parecían tener algún significado especial, pero no puedo decir cual era. En una ventana vi una antorcha encendida y me quedé asombrado por su brillo y su gracia. Dirigí la atención de mis amigos hacia ella, pero no les impactó lo más mínimo.

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Llegamos a la casa de Abe, donde me sentí desconectado de la gente, pero no infeliz ni triste. Sabía que debía discutir la experiencia con Abe y su mujer, pero no me apetecía. No sentía ningún interés especial hacia nuestro experimento ni satisfacción por nuestro éxito, aunque me dije a mí mismo que era muy importante. Antes de irme a dormir noté que las visiones de colores retornaban cuando cerraba los ojos (normalmente, cuando estoy cansado, tengo visiones hipnagógicas después de estar varios minutos en una habitación oscura). Dormí bien.

A la mañana siguiente, aunque sólo había dormido unas pocas horas, la vida me parecía bonita. Los colores eran brillantes y tenía buen apetito. Era completamente consciente de las posibilidades que se derivaban de nuestro experimento. El color tenía un significado extra para mí. Las voces, el ruido de la máquina de escribir, cualquier sonido era muy claro. Con aquellos que no apreciaban la importancia del nuevo descubrimiento fácilmente me podría haber puesto irritable, pero fui capaz de controlarme.

Segunda experiencia de Osmond con el adrenocromo (1953).

Tomé 5 mg de adrenocromo, esta vez porque pensábamos que se estaba deteriorando.

Únicamente divisé unos pocos patrones visuales con los ojos cerrados. Tenía la sensación de que había algo maravilloso esperando para ser visto, pero no pude verlo de ninguna manera. De todos modos, en el mundo exterior todo parecía más hostil y el Van Gogh era tridimensional. Empecé a sentir que estaba perdiendo contacto con todo. Mi hermana telefoneó y, aunque normalmente me alegra oír su voz, no pude sentir ninguna calidez ni felicidad. Observé a un grupo de pacientes bailando y, aunque me gusta ver bailar a la gente, con el interés y la envidia de quien es torpe con sus pies, no tuve ningún tipo de sentimiento.

Conduciendo de vuelta a casa de Abe, un transeúnte pasó por la carretera enfrente de nosotros. Pensé que podríamos atropellarle y mirarle con curiosidad y desapego. No sentía la menor preocupación por la víctima. No le atropellamos.

Comencé a preguntarme si seguía siendo una persona y pensé que podría ser una planta o una piedra. Mis sentimientos y mi interés hacia los humanos disminuían según aumentaban mis sentimientos hacia los objetos inanimados. Sentía indiferencia hacia las personas y tenía que frenarme para no hacer comentarios desagradables sobre ellas. No me sentía inclinado a decir más que aquello que observaba. Si me preguntaban si me gustaba un dibujo decía lo que sentía y despreciaba el sentimiento del interlocutor.

No quería hablar y me sentía más confortable mirando al suelo o a una lámpara. El tiempo parecía no tener importancia. Dormí bien esa noche y me desperté sintiéndome animado, pero aunque tenía que acudir a un encuentro, no me di la menor prisa en hacerlo. Al final, más o menos tuve que ser sacado de la casa de Abe. Tenía que recoger mi coche en un garaje cercano donde estaba siendo reparado. Hubo algún problema para encontrarlo y, cuando me vi sentado en el asiento del conductor me di cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Sin embargo, no me sentí ansioso o estresado sino que persuadí al propietario del garaje para que me llevara hasta mi destino. Creo que, normalmente, me habría sentido humillado ante una situación así. No me sentí humillado.

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Acudí al encuentro científico y, a lo largo del mismo, escribí esta nota: «Querido Abe, esta maldita cosa sigue haciendo efecto. Lo curioso del asunto es que el stress reaviva los efectos, alrededor de 15 minutos. Tengo la sensación de que hubiera un muro de cristal entre mi persona y el mundo exterior. Es una sensación fluctuante, casi intangible, pero sé que está ahí. No estaba ahí hace tres cuartos de hora; el menor stress vino al recoger el coche. Ahora tengo la sensación de que no conozco a nadie aquí; absurda, pero desagradable. También algunas ligeras ideas de referencia, que provienen de mi sensación de excentricidad. Acabo de empezar a preguntarme si mis manos están escribiendo esto, una locura, por supuesto».

Fluctué durante el resto del día. Mientras era llevado a casa por mi colega psicólogo, Mr. B. Stefaniuk, descubrí que no era capaz de relacionar las distancias y el tiempo. Podía ver un vehículo a lo lejos, en la carretera, pero no sabía con certeza si íbamos a colisionar con él. Hicimos una parada en el camino para tomar un café y me sentí molesto y perturbado por las miradas de soslayo y encubiertas de un hombre siniestro. No estaba seguro de si ese hombre me estaba mirando así o no. Salí fuera a ver dos coches destrozados que habían sido traídos hasta un garaje cercano. Me sentí profundamente preocupado por ellos y por el destino de sus ocupantes. Sólo haciendo un esfuerzo pude dejar de mirarlos y marcharme. Parecía que estuviera involucrado de alguna manera con ellos.

Más tarde, avanzado el día, sonó el teléfono cuando llegué a casa. No le presté atención y dejé que sonara sin cogerlo. Normalmente, no importa lo cansado que esté, siempre lo cojo.

Por la mañana sentí que volvía a ser yo mismo.

A continuación, incluiremos unas breves notas de Hoffer al respecto del comportamiento observado en Osmond tras haber tomado adrenocromo:

El cambio en Osmond -que se caracterizó por una fuerte preocupación por los objetos inanimados, por un marcado rechazo a comunicarse con nosotros, y por una fuerte resistencia ante nuestros requerimientos- entraba en llamativo contraste con su habitual comportamiento social.

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En el segundo bio-ensayo, el cambio más notable fue su retiro y separación del resto de las personas. Tras la sesión de laboratorio, fuimos a la casa de Hoffer. Osmond entró, encontró una silla y permaneció sentado en ella durante aproximadamente una hora en la que permaneció absorto examinando la alfombra. No saludó al grupo de personas que estaban en la casa ni entró en conversación con ellas.

Osmond estaba ansioso y asustado por retirarse. Por la mañana se distraía con facilidad. Tardó dos horas en vestirse.

Resumiendo, los cambios que notamos fueron: preocupación por los objetos inanimados, negativismo, debilitamiento de los procesos asociativos, ansiedad y distractibilidad.

Más adelante, Hoffer y Osmond comentan lo siguiente:

Taubmann y Jantz razonaron que el adrenocromo administrado vía sublingual llegaría al cerebro habiendo sufrido un menor proceso de deterioro que cuando se administra vía endovenosa. Creían que llegaría al cerebro directamente a través de las venas sublinguales, lo mismo que se cree que la novocaína llega antes al cerebro por esta ruta. Muchos euforizantes son comúnmente absorbidos por la mucosa oral, por ejemplo, la coca, el betel, el hachís. En consecuencia, ellos administraron debajo de la lengua 3 mg de adrenocromo en forma de polvo. El adrenocromo produjo una sensación corrosiva. Pasados 10 minutos, los sujetos notaban una ligera sensación de calidez en la cara y hormigueo en los dedos. Con frecuencia se quejaban de un dolor moderado en la zona del corazón. Todos los síntomas somáticos desaparecían a los 30 minutos. Los cambios psíquicos ocurrieron a partir de los 10 minutos. Variaban de persona en persona e, incluso, en la misma persona entre una administración y otra. La depresión era más frecuente que la euforia.

Ocurrieron marcados cambios en la percepción visual. El color de los objetos cambió en calidad y apareció peculiar o extraño y desproporcionado. Los objetos distantes parecían estar demasiado cerca. Fue apreciado movimiento en objetos estáticos. No se observaron desórdenes en el área del pensamiento y la consciencia. Todos los cambios cesaron pasada media hora. […] Su adrenocromo, cristalizado muy rápidamente a la temperatura del dióxido del carbón líquido, era menos activo que el adrenocromo precipitado a temperaturas más altas.

En cualquier caso, los mejores estudios psicológicos con humanos fueron llevados a cabo por Grof. S. et al (1963). […] Las dosis de adrenocromo variaron de 15 a 30 mg sublinguales. […] Los autores, finalmente, concluyeron que los cambios en el pensamiento inducidos por el adrenocromo eran similares a los observados en la esquizofrenia.

Referencias:

HOFFER, A. & OSMOND, H. Adrenochrome and some of its derivates. En: The Allucinogens. Academic Press, New York and London; 1967. pp 267-442.

GROF, S et al. (1961). Activitas Nervosa Super. 91: 636.

GROF, S. et al. J. Neuropsychiat. 5:33.

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