Abordamos en esta entrega la historia del metilfenidato y otras sustancias similares a fin de tener una visión más amplia de lo que supone esta droga.
El metilfenidato es un estimulante, y como tal posee efectos similares a cualquier producto del mismo tipo. Podríamos situarlo a medio camino entre los más potentes y los más suaves, entre las anfetaminas y la cafeína. Debemos tener en cuenta que no sólo existen los estimulantes obtenidos por síntesis, sino que otros son plantas sin procesar que ya antes de la actual era química se utilizaban para mantenerse despierto y concentrar la atención. Dice Snyder, en su obra ya clásica1, que «son drogas de efectos alertadores, que avivan el tono general y agilizan el entendimiento, motivos por los que pueden ser buenos medios para aumentar el rendimiento mental y, presumiblemente, para aliviar la depresión (…) La capacidad, aparentemente milagrosa, de los estimulantes para agudizar el estado de alerta, levantar el ánimo y, por lo menos subjetivamente, aumentar la fuerza muscular, ha sido descubierta y redescubierta en diferentes épocas y lugares. En el pasado se ensalzó estos productos como la clave para la salud, la felicidad y la productividad para todos.»
Historia de los estimulantes en Europa
En Europa se empezaron a conocer los estimulantes sólo después del Renacimiento, tras el siglo XV y los grandes viajes alrededor del mundo, no antes. Comenta Pío Font Quer2, refiriéndose a las sustancias vegetales con estas propiedades, que «en Europa no tenemos plantas con semejantes virtudes, no pudo descubrirse nada parecido», y que «los cinco famosos fármacos excitantes (…) eran conocidos y usados en Asia, en África y en América, antes de los grandes viajes del Renacimiento». Seguramente es debido a este motivo -por la ausencia de oferta anterior- por lo que el café y el té tuvieron tan buena aceptación y tan rápida difusión. Una vez que los europeos conocieron sus virtudes, pronto se aficionaron a ellos. En los países árabes, en cambio, hay constancia de que el café se utilizaba ya alrededor del final del primer milenio, y de que tres siglos después era un componente habitual de su cultura.
A principios del XVIII los países europeos -con el objetivo de disponer de café sin depender del suministro de los países árabes- logran llevar la plantación a algunas de sus colonias. Desde este siglo -el siglo de las luces y de la Ilustración- el café es la droga estimulante más habitual, la que se consume cuando se necesita un empujón de energía. Haciendo una rápida descripción de sus propiedades, el estimulante presente en el café es la cafeína -una metilxantina, lo mismo que la teofilina y la teobromina-, la cual incrementa el nivel de AMPc, un segundo mensajero que participa en numerosas funciones corporales y cuya elevación causa los conocidos efectos del café.
En lo que respecta al té, es originario de China, donde se consume desde tiempos inmemoriales. Contiene los estimulantes cafeína, teofilina y teobromina y, aunque a igual peso de materia bruta contiene más sustancias excitantes que el café, su método de procesamiento y preparación hace que presente menos cafeína en el producto final, el que de realmente ingerimos. En relación con esto, dice Escohotado que su poder euforizante es menor que el del café sólo porque utilizamos las hojas sin moler y no esperamos a que todo su contenido impregne el agua3. Llegó a Europa gracias a los colonizadores portugueses a mediados del siglo XVI, a través de la colonia Macao. En Inglaterra, donde es la bebida nacional, fue introducido a finales del XVII por Catalina de Braganza, hija del rey Juan IV de Portugal y esposa del rey Carlos II de Inglaterra. Después, durante su dominio colonial sobre la India, los británicos utilizaron este país como suministrador.
El cacao es estimulante gracias a su contenido en teobromina. También lleva grasa en forma de manteca de cacao, la cual le confiere propiedades alimenticias. Es originario de Centroamérica, y los olmecas y los mayas fueron las primeras civilizaciones que lo cultivaron, hasta el punto de que los términos «cacao» y «chocolate» proceden de lenguas de pueblos precolombinos de esa región: el primero de «cacahuatl» y el segundo de «xocoatl», del nahua, lengua indígena mexicana.
La hoja de coca es un vegetal estimulante bien conocido por ser el producto base a partir del cual se elabora la cocaína. La presencia de este alcaloide en las hojas es del 0,1% al 1%, pero no es ésta su única utilidad. Muchos siglos antes de la conquista española, los indios americanos las utilizaban con propósitos terapéuticos, alimenticios y estimulantes, todo ello revestido de cierto carácter mágico-religioso, llegando a ser un símbolo de identidad y de unidad. A mediados del siglo XIX empezaron a entrar en Europa grandes cantidades de hojas, y Paolo Mantegazza, neurólogo italiano, publicó un ensayo sobre ellas, impresionado por las sensaciones que producían: euforia general, aumento de la fuerza muscular, sentimiento de agilidad, suave fluir de las ideas, placidez y delicioso estado de alerta. En 1860 Albert Niemann logró sintetizar la cocaína a partir de las hojas de coca. En 1884 Köller, tras las experiencias narradas por su colega Sigmund Freud, descubre sus propiedades anestésicas. Freud tomaba cocaína, la daba a su entonces novia Marta «para hacerla fuerte y robusta» e invitaba a colegas, amigos y familiares a consumirla. Prueba de la gran fama de que gozaba esta droga es que, en 1893, el químico corso Ángelo Mariani patentó el Vino Coca Mariani, extracto de coca diluido en vino que llegó a ser la bebida más popular de Europa y que inspiró a John Pemberton para idear la fórmula de la Coca-Cola®, que se comercializó en un principio como estimulante y remedio para el dolor de cabeza. En aquella época contenía algo de alcohol y cocaína, que luego fueron sustituidos por agua con gas y extracto de nuez de cola, fuente de cafeína. A principios del siglo XX, numerosos preparados farmacéuticos, bebidas, e incluso tónicos reconstituyentes, contenían cocaína; pero en 1914 EEUU decide prohibirla y desde entonces su tenencia y consumo son perseguidos.
La planta efedra se utiliza en China desde hace milenios con propósitos medicinales y estimulantes. Empezó a conocerse en occidente cuando el farmacólogo K.K. Chen, a comienzos de los años 20, demostró sus cualidades euforizantes y antiasmáticas. La efedrina dilata los bronquios, permite respirar mejor y retrasa la fatiga y el cansancio, por lo que se ha venido utilizando para aumentar el rendimiento, convirtiéndose en una de las sustancias más consumidas por deportistas y de las que más resultados positivos ha originado en los controles antidopaje.
En lo que respecta a las anfetaminas, cuenta Snyder que varios investigadores, a comienzos del siglo XX, buscaban un remedio para el asma y sabían que la adrenalina dilata los bronquios y alivia por ello este padecimiento. Sin embargo, esta sustancia, cuando se introduce en el organismo por vía oral, queda inactivada antes de que pueda surtir efecto. Por esta razón era necesario encontrar algo que funcionara por vía oral. Tras los trabajos de Chen con la efedrina, comprobada su eficacia contra el asma y debido a la escasez de existencias, se buscó un sucedáneo. Y en los años 30, partiendo de la efedrina, se consiguió sintetizar la anfetamina, la cual puede introducirse también por inhalación, con lo que resulta más eficaz. Durante la Segunda Guerra Mundial los ejércitos combatientes abusaron de esta droga para aumentar el rendimiento de sus soldados, circunstancia que llegó a causar verdaderos problemas de salud una vez finalizada la lucha, especialmente en Japón. Muy pronto los deportistas vieron que podían utilizarla para mejorar sus marcas, razón por la que se convirtió en producto de uso y abuso, con algunos casos de intoxicaciones y muertes. También los estudiantes y personas interesadas en aumentar el rendimiento intelectual se dieron cuenta de que les podía servir para sus propósitos.
Historia del metilfenidato
Pasamos ya a la historia del metilfenidato. El médico alemán Heinrich Hoffman fue el primer en describir el comportamiento de niños hiperactivos en 1845, en el libro infantil Struwwelpeter4 (Pedro, el melenas), un niño que no puede estarse quieto cuando está sentado. Uno de los personajes es Zappelphilipp (Philipp, el travieso), y de hecho en Alemania se suelen referir a la hiperactividad como síndrome de Zappelphilipp: «Mirad al niño travieso e inagotable que va creciendo y se vuelve aún más grosero y salvaje. Philip grita con todas sus fuerzas, coge la ropa y eso empeora las cosas. Al suelo caen vasos, pan, cuchillos, tenedores y todo lo demás. ¡Cómo se enfada la madre cuando ve todo rodando! ¡Y vaya cara pone el padre! Philip es una vergüenza.»
Medio siglo después, en el año 1902, la revista británica Lancet publicó el artículo de un médico pediatra, George Still5, que aseguraba haber observado niños con una «discapacidad en la fuerza de voluntad» y una evidente incapacidad para concentrarse. A Still se le atribuye la primera descripción científica de conductas impulsivas y agresivas, y de lo que él denominaba «defectos del control moral», una etiqueta normal para aquella época6. Poco después, en 1908, el catedrático español Augusto Vidal i Perera publicó su Compendio de Psiquiatría Infantil7, que incluía una descripción del comportamiento de niños que hoy se diagnosticarían como hiperactivos.
En los años 20 y 30 destacaron los estudios de Hohman, Khan y Cohen, que indicaban que tras problemas cerebrales como una encefalitis o una lesión cerebral se producían los mismos síntomas observados por Still en sus niños impulsivos, por lo que en este momento se atribuyó la hiperactividad a una enfermedad neurológica. También en los años 30 comenzaron a utilizarse estimulantes para tratar los síntomas de la narcolepsia, en concreto efedrina y anfetaminas. Por ejemplo, en 1937, Charles Bradley llevó a cabo el primer estudio sobre la acción de un estimulante (benzedrina, en este caso) para tratar a niños hiperactivos. Las conclusiones fueron claramente positivas en lo que respecta a los síntomas.
Los estimulantes fueron en aquella época de guerra drogas muy apreciadas debido a la ingestión habitual de anfetaminas por parte de los pilotos y otros soldados que necesitaban mucha concentración y evitar el sueño. Jörg Blech8 narra el comienzo de la historia de nuestro protagonista: gracias a un hallazgo casual, Leandro Panizzon, químico de la empresa Ciba, sintetizó el metilfenidato en 1944, en el contexto de los intentos por conseguir un producto con menos efectos adversos que las anfetaminas. Lo probó en sí mismo, sin obtener resultado digno de mención. Pero su mujer, Rita, ingirió también aquella sustancia y obtuvo un efecto muy estimulante, por lo que en lo sucesivo la tomó con regularidad antes de jugar al tenis9. Panizzon decidió bautizarla con un nombre de marca que hiciera honor a su mujer, Ritalin®, y la molécula se patentó en 1954. Al principio sólo se prescribió para tratar el cansancio, depresiones y confusión de la vejez porque aún no se había inventado el cuadro clínico que haría tristemente famoso al fármaco, ni había comenzado aún la historia conjunta del metilfenidato y los niños hiperactivos. Su acción sobre el organismo humano reveló menos efectos secundarios con respecto a los fármacos de la misma clase conocidos hasta el momento. Años después se publicaron los primeros informes acerca de su utilidad en el tratamiento de los síntomas de la narcolepsia, si bien no hace falta ser un genio para darse cuenta de que una de las propiedades de un estimulante es ayudar a no caer dormido involuntariamente.Su fama fue creciendo al recomendarlo el Physician’s Desk Reference de 1957 para la fatiga crónica y los estados letárgicos y depresivos. A principios de los sesenta comenzó a recetarse a niños con «disfunción cerebral mínima» -la denominación del síndrome de hiperactividad en aquel tiempo- debido a unos estudios publicados que afirmaban que el metilfenidato y la dexedrina producían un efecto considerable en los escolares con problemas de aprendizaje. Se hicieron nuevos ensayos y pronto los periódicos informaron sobre el supuesto remedio maravilloso, con lo que el número de recetas creció como la espuma. Además, ganó aún más fama gracias a las menciones sobre su uso por personajes famosos de la ciencia y la política, como por ejemplo el astronauta Buzz Aldrin y el matemático Paul Erdös.
Sin embargo, no estaba claro contra qué enfermedad se recetaban esas pastillas. El metilfenidato es simplemente un estimulante, y entre sus efectos está ayudar a centrar la atención, siempre que la dosis sea moderada y no predominen los efectos excitantes. Cuenta Blöch que el dilema de la indicación médica inexistente fue resuelto por los médicos norteamericanos a finales de los sesenta con un truco de amplias repercusiones: se aceptó que era legítimo utilizarlo para diagnosticar la enfermedad de los niños, de forma que si alguno modificaba positivamente su comportamiento al tomarlo la conclusión era que estaba enfermo. Hasta entonces había sido impensable administrar estimulantes a los niños con un mínimo fundamento científico y ético, pero ahora ya existía un síndrome médico que curar, el cual en 1987 pasó a denominarse TDAH (Trastorno por Déficit de Atención y/o Hiperactividad) gracias a la feliz idea de la Asociación Americana de Psiquiatría. Actualmente, el metilfenidato es, con mucho, la medicación más comúnmente prescrita para tratar el TDAH en todo el mundo. De acuerdo con ciertas estimaciones, más del 75% de las recetas de este fármaco son hechas a niños. La producción y prescripción creció significativamente en los años noventa, especialmente en los Estados Unidos, a medida que los sectores más interesados fueron insistiendo en que había muchísimos niños sin diagnosticar y en que el metilfenidato es el fármaco adecuado para tratar este síndrome.
Algunos médicos muestran una postura más ética y dicen que, en realidad, este trastorno no es más que una hipótesis. Una cosa es segura: los inventores de enfermedades no se cansan de presentar el mayor número posible de niños como psíquicamente peculiares o problemáticos, hasta el extremo de que las circunstancias de la vida ya resultan suficientes para declararlos enfermos. Pero, ¿pasar por esas situaciones es realmente una enfermedad? Podemos generalizar la cuestión a otras edades y situaciones: ¿sufrir por un grave problema personal o familiar es de verdad una enfermedad? ¿Sentirse triste durante semanas o meses a causa de la muerte de una persona querida es una enfermedad? ¿Notar el bajón al regresar al trabajo después de las vacaciones es una enfermedad? ¿Perder el deseo sexual a cierta edad es una enfermedad? Y lo mismo con multitud de problemas que han existido siempre, que forman parte del proceso vital normal y que en nuestro tiempo pretenden medicalizarse o psicologizarse para convertirnos en pacientes y clientes. Y lo malo no es solamente esta intrusión de lo médico en todos los aspectos de la vida, sino que, volviendo al metilfenidato, a menudo se receta a niños por médicos sin formación en este campo; tan sólo la que les ofrecen los visitadores de los laboratorios farmacéuticos.
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Fuente: http://www.drogasinteligentes.com
Artículo relacionado: El lucrativo mito de los niños hiperactivos
Referencias:
1. Snyder, Solomon. Drogas y cerebro. Editorial Prensa Científica.
2. Font Quer, Pío. Plantas medicinales. El Dioscórides renovado. Editorial Labor.
3. Escohotado, Antonio. Aprendiendo de las drogas. Editorial Anagrama.
4. Hoffman, Heinrich. Struwwelpeter. Versión original completa (en alemán) en http://www.struwwelpeter-museum.de/struwwelpeter.htm. Versión en alemán e inglés (traducida por Mark Twain) en http://www.fln.vcu.edu/struwwel/struwwel.html. No conozco versión española íntegra. En http://www.imaginaria.com.ar/20/9/entre-la-obediencia-y-la-desobediencia.htm y http://www.imaginaria.com.ar/21/0/tres-clasicos.htm hay algunos fragmentos traducidos
5. Still GF: «Some abnormal psychical conditions in children». Lancet 1902; 1: 1008-1012; 1077-1082; 1163-1168
6. Menéndez Benavente, Isabel: «Trastorno de déficit de atención con hiperactividad: clínica y diagnóstico». Rev Psiquiatr Psicol Niño y Adolesc, 2001, 4(1): 92-102
7. Vidal i Parera, Augusto. Compendio de Psiquiatría Infantil. Librería del Magisterio, Barcelona 1908.
8. Blech, Jörg. Los inventores de enfermedades. Ediciones Destino.
9. El papel de la suerte, del azar, en los descubrimientos científicos es una constante a lo largo de la historia, y raro es el hallazgo en el que no se encuentra presente, de una u otra forma, la casualidad. El término serendipia procede del inglés serendipity, neologismo inventado por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento persa del siglo XVIII con el título de «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, los príncipes de la isla de Serendip -antiguo nombre árabe para la isla de Ceilán- solucionaban sus problemas gracias a increíbles casualidades (http://es.wikipedia.org/wiki/Serendipia). Aunque en español se ha adoptado recientemente, contamos con el castizo chiripa («lo consiguió por pura chiripa»), término bastante cercano en significado. Para saber más sobre el papel del azar en la ciencia, es recomendable la lectura de Royston, Roberts: Serendipia: descubrimientos accidentales de la ciencia, publicado en español por Alianza Editorial.
Libro sobre los Pioneros de la coca y la cocaína