El PIHKAL de Shulgin: El 2C-B

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El gran Sasha Shulgin, el hombre que dedicó su vida a la producción de sustancias de cara a la investigación farmacológica.

Por Juan Carlos Ruiz Franco

(Habla Ann Shulgin)

El viernes por la tarde planeamos tomar una droga que Sasha consideraba una de sus mejores sustancias, uno de sus mejores descubrimientos. Me dijo que se trataba de un psiquedélico de acción relativamente corta, con una duración de entre cuatro y seis horas.

Me explicó: “A diferencia de la MDMA, esta sustancia potencia todos los sentidos. Disfrutarás de la comida, los olores, los colores y las texturas. La textura de la piel, por ejemplo, y otros aspectos del erotismo, se pueden disfrutar en gran medida. La mayoría de las personas no pueden tener un orgasmo con la MDMA, pero el 2C-B no impone ese tipo de restricciones, como espero que descubras”. Mostró lo que probablemente era una mirada maliciosa, y rompí a reír ante tan ridícula perspectiva.

Me dijo que se trataba de un psiquedélico de acción relativamente corta, con una duración de entre cuatro y seis horas

“Propongo que tomemos un dosis moderada para esta primera vez”, siguió diciendo, sin ningún atisbo de vergüenza. “Creo que dieciocho miligramos será una cantidad adecuada para ti, sin llevarte a mayores profundidades. Yo tomaré la misma cantidad”.

Después de darme mi vaso con una ínfima cantidad de polvo en su interior, Sasha vertió una pequeña cantidad de agua sobre los cristales blancos, mientras decía: “Este material no se disuelve rápidamente; se necesita agua caliente para ello”. Me dio uno de los vasos y agitamos cuidadosamente el líquido hasta que no quedó ninguna motita blanca.

Después dijo: “Quiero que tomes un pequeño sorbo de 2C-B tal y como es en realidad, antes de añadir zumo, sólo para que pases por la experiencia de probar la sustancia en su estado puro ‒aunque sólo lo hagas una vez‒, ya que su sabor forma parte de su carácter”.

Tomé un sorbo. El sabor era totalmente distinto del de la MDMA, pero igual de horrible, y dije: “¡Puaaaj! Lo siento, pero tengo que tomar zumo”.

“Por supuesto”, contestó mi espartano compañero. “Hay zumo de manzana en el frigorífico. Por lo menos, ahora sabes lo que estás recubriendo con tu cuerpo, antes de que él te recubra a ti por completo”.

“Claro”, dije. “El recuerdo perdurará un tiempo muy, muy largo, créeme”.

Me puse mi bata blanca y me senté tranquilamente en el sofá para pasar la fase de transición, la que tiene lugar entre la primera percepción de algún tipo de cambio en mi cuerpo y la etapa en que los efectos se estabilizan. Sasha me había dicho que la transición podía durar entre 45 minutos y una hora, y que la fase de efectos estables debería durar unas tres horas.

Sasha se marchó a su estudio a trabajar, ya que yo le dije que quería experimentar la fase de transición yo sola. Cuando había transcurrido media hora, me metí en el baño que me había preparado antes y me metí dentro del agua templada, sintiendo la naturaleza del 2C-B, la forma en que se expresaba en mi cuerpo y en mi mente. Unos minutos después, me di cuenta de que, aunque mi cuerpo se encontraba bien, el resto de mí no lo estaba; parecía estar pasando revista a mis peores defectos ‒descuido, falta de organización, inseguridad‒, a medida que, uno tras otro, desfilaban por mi mente. Estaba empezando a sentir un creciente odio y desprecio ante todo el terrible caos, cuando, de repente, el Observador entró en juego con un agudo comentario.

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Entonces, por tanto, tenemos el peor defecto de todos: juzgarnos y no perdonarnos a nosotros mismos. Seguramente nunca tratarías de ese modo a un amigo; ¿qué es lo que te da derecho a tratarte a ti mismo con menos paciencia y compasión que lo que harías con un amigo? ¡Basta ya!

Al salir del baño, me di cuenta de que sentía lo que yo llamaba un estremecimiento de energía. Era más bien agradable. Me puse mi bonito y sexy camisón de noche francés, el de color azul claro, y mi salto de cama.

Entré en el dormitorio y Sasha estaba tumbado sobre su cama, vestido con su bata de baño. Me preguntó: “¿Cómo te sientes?”.

“Bueno, mejor que un rato antes. He pasado algunos momentos en que veía todos mis defectos y en que era una prisionera sentada en el banquillo de los acusados y después ante el pelotón de fusilamiento, pero ya ha pasado”.

Comentó: “No deberías sentir excesiva sobrecarga habiendo tomado dieciocho miligramos, a menos que seas muy sensible a esta sustancia en concreto”.

Le aseguré que me sentía bien y nada sobrecargada.

“¿Cómo es tu experiencia?”, le pregunté.

“¡Encantadora!”

Cuando me quité mi bata de baño, me miró y preguntó: “¿Qué haces con un camisón puesto?”.

“¿Qué quieres decir al preguntar qué hago con un camisón? Es mi mejor camisón y el más sexy, y se supone que deberías estar impresionado”.

Se quitó su bata y dijo: “No creo en eso de llevar ropa cuando se está en la cama. ¿Cómo vas a sentir la piel de alguien cuando está tapado de ese modo?”.

Lancé un suspiro, me quité el camisón azul claro y lo dejé caer al suelo.

Él apagó la lamparilla de la mesilla de cama y dejó sólo la luz del sintonizador de la radio, mientras yo entraba en la cama y me acostaba boca arriba para examinar el techo, que era de color crema claro. De repente, se colocó encima de mí y escuché mi propio jadeo cuando su lengua se apoderó de mí. Cerré los ojos y le envolví con mi boca.

En la parte interior de mis párpados pude ver un cielo azul detrás de la pared de un inmenso castillo; sabía que había torretas en algún lugar de la parte derecha, fuera de mi campo de visión. Me encontraba de pie sobre la hierba y había algunas pequeñas margaritas y muchos dientes de león a mi alrededor. La gran pared parecía estar construida de piedras de color amarillo y marrón, llenas de musgo, y me sentí muy pequeña, del tamaño de un niño. Había cierto sentido de familiaridad, ni agradable ni desagradable; era mi mundo, en el que yo vivía. Sabía que la parte que era especialmente mía era la zona inferior de la pared del castillo, donde se unía con la hierba, muy crecida. Allí era donde me gustaba jugar, y en este momento me dirigía hacia allí, subiendo por una cuesta, dejando atrás las dispersas flores silvestres.

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Entonces recordé donde me encontraba, en esta vida, lo que hacían mi lengua y mi garganta, y lo que una apasionada boca me estaba haciendo. Estaba en la cama de un hombre que me pertenecía y al que yo pertenecía, y estábamos haciendo el amor acompañados por el zumbido de un pequeño radiador de suelo y la música de Beethoven (…).

Más tarde, nos vestimos y nos dirigimos hacia la cocina, donde la cacerola de sopa de judías negras que yo había traído de casa estaba sobre el fogón, esperando un toque de jerez y un poco de condimento. Encendí el fuego bajo ella y me quedé de pie, apoyándome en la encimera, esperando a que Sasha volviera del baño. Ahora el 2C-B era un suave latido de energía en mi interior, apenas lo suficiente para que pudiera notarlo si le prestaba atención. Las patas de la mesa de la cocina pintada de rojo resplandecían, y la sala parecía viva gracias a una suave luz.

De repente, algo comenzó a tomar forma a través de la habitación, cerca de la mesa. Era del tamaño de un hombre y oscuro, de color negro y marrón. No pude ver ninguna clase de figura. No lo veía como una presencia física, sino con los ojos de la mente, y sentía cómo me sonreía con desprecio, la mayor maldad con la mayor de las intenciones, hecha cuerpo y llena de poder.

Era el Enemigo. Me quedé mirándole fijamente, mientras fluía todo mi odio.

¿Qué demonios haces aquí? ¡Vete de este lugar! ¡No puedes tocarme! Estoy llena de bondad y paz, y mi fuerza vale por la de diez personas, porque mi corazón es puro, como dijo Lancelot o algún otro.

La oscura figura de hombre se recostó allí, de forma intencionadamente relajada, disfrutando con mi odio, irradiando superioridad.

Lo que hice después lo originó un conocimiento que mi mente consciente no poseía. Me di cuenta de que la lucha y la oposición era una trampa espiritual, porque, para destruir a este enemigo, tendría que utilizar sus armas, jugar a su juego, lanzarme a su campo de batalla, y de que él era mucho mejor en ese tipo de lucha que yo, y que, además, yo no deseaba ser una experta en ella.

Hice la única cosa que pude. Cerré los ojos y levanté mis brazos como si cogiera a un bebé al lado de mi pecho. Visualicé un niño en el círculo que formaban mis brazos, un niño cualquiera. Expulsé a la figura negra de mi mundo y centré toda mi atención en recordar en qué consistía amar, cuidar, criar, apartar del daño y del dolor. Permanecí así de pie y dejando que el amor impregnara todo mi ser. Todo lo que existía era ese acto de amor, y yo permanecí inmersa en él.

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Cuando por fin abrí mis ojos, la figura negra se había marchado.

Sasha salió del baño y yo vertí sopa en dos tazones y le pedí que cogiera un par de cucharas para sopa. Fuimos a la sala de estar, donde me senté en una silla y le dije que le iba a introducir en el mundo de la televisión. Poco a poco, añadí. Nada excesivo. Lanzó un leve gruñido de escepticismo, pero no le contesté. En sólo unos minutos quedó cautivado, tal como yo había previsto.

Me senté en la esquina de mi sofá favorito y decidí pensar un rato en el encuentro que había tenido en la cocina, antes de contárselo a Sasha. Había aprendido algo, pero me llevaría algún tiempo averiguar exactamente qué era.

Algunas partes son evidentes. Si te enfrentas al mal con odio, entonces pierdes. El odio pertenece al lado oscuro. La tentación de enfrentarse a él es muy fuerte; es inmensamente fuerte. Quieres abalanzarte sobre él, golpearle, estrangularle, destruirle. Y todas estas emociones son sus armas. Por tanto, tal vez la lección sea que si realmente quieres decir “no” a todo lo que representa, debes rechazar entablar combate con él por completo. Así simplemente te conviertes en lo que no es él: amor.

Cuando Sasha y yo estábamos en la cama más tarde, acurrucándonos juntos para dormir, dije: “Gracias por la experiencia con el 2C-B. Ha sido extraordinaria, y te prometo que mañana la redactaré entera, y te daré una copia para que la tengas en tu cuaderno de notas”.

“Buena chica”, dijo él. Nos dejamos llevar por el sueño escuchando, a un volumen muy bajo, la música de Mozart en la radio y el parloteo de los sinsontes a través de las ventanas del dormitorio.

FICHA TÉCNICA DEL 2C-B, POR ALEXANDER SHULGIN

(Con 16 miligramos): “Un día en el museo de Stanford. Las cosas eran visualmente ricas, y a pesar de encontrarme bajo los efectos de la sustancia sabía que no llamaba mucho la atención. Las esculturas de Rodin eran muy personales y no tremendamente sutiles. Nos sentamos en el vestíbulo, y la imagen de la corteza de los eucaliptus, así como las molestias y el miedo de las caras de quienes se acercaban a nosotros eran tan dramáticas como todo lo que habíamos visto en las galerías de obras de arte”.

(Con 20 miligramos): “El efecto de la droga me llegó en forma de mosaico de colores que tendían hacia tonos dorados y rosas. Las formas se hicieron más curvadas, más orgánicas. Empecé a percibir ondas de energía fluyendo a través de todos nosotros al unísono”.

(Con 24 miligramos): “Me encuentro totalmente dentro de mi cuerpo. Soy consciente de cada músculo y nervio de mi cuerpo. La noche es extraordinaria, con luna llena. Increíblemente erótica, tranquila y exquisita, casi irresistible”.

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