Navidad con Papa Nöel

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Como un año más, esta Navidad hemos visto invadidas las calles de «Papa Noeles«. Sin duda, un personaje característico que ha llenado nuestra infancia de ilusión y nuestra edad adulta de indignación y desengaño ante tal elaborada fábula. Ya los regalos no nos hacen la misma ilusión, caen en la frialdad de saber que te los regalan personas normales, como tú o como yo.

Prefería pensar cuando era un enano -no de fábula, sino de pequeño- que los regalos los traía Papa Noel desde el Polo Norte. Ese de prominente abdomen y ataviado con su traje rojo de puños y ribetes blancos a juego con su espesa melena y barba, que montado sobre su flamante trineo de plañideras de plata y tirado por sus ocho renos voladores, surcaba el gélido cielo de invierno para repartir los regalos a todos los niños del mundo, colándose en las casas para dejarlos en la chimenea (versión rico) o en el abeto navideño de PVC (versión pobre).

Este ser misterioso que tanto viaja de allá para acá en la noche del 25 de diciembre a velocidades superiores a la del sonido, aplastado en su trineo, repartiendo regalos a más de 400 millones de niños cristianos y haciendo un tremendo esfuerzo por deslizarse por las chimeneas cual hábil deshollinador, conocido en todo el mundo bajo diversas formas y nombres: Santa Claus, San Nicolás, Padre Invierno o «Danta Kurosu» en japonés, entre otros, forma parte de un mito ancestral que tiene algo de leyenda y algo de realidad.

No voy a exponer o plantear teorías cuánticas que mediante agujeros de gusano o taquiones expliquen su probable existencia y su desafío a la física clásica. Lo que pretendo en este artículo es ceñirme a hechos fehacientes y demostrados que tienen su cuna en Siberia y cuyo origen se remonta a más de 6000 años de antigüedad.

La teoría más plausible y que mejor encaja con el mito de Papa Noel, es probablemente su origen chamánico y su relación con el consumo de Amanita muscaria , aunque este personaje ha sufrido variaciones y transmutaciones a lo largo del tiempo hasta llegar a las coloridas fórmulas comerciales de la actualidad que Coca-Cola nos propone.

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La tradición cristiana de la Navidad es de origen pagano, puesto que la noche del 21 de diciembre se produce el solsticio de invierno. Este acontecimiento ha sido festejado a lo largo y ancho del planeta desde hace milenios por los pueblos que vivían observantes de los fenómenos celestes, pues a medida que llega el día 21 las noches son más extensas y es justo esta noche, que se produce la más larga del año, cuando se hace culto al eterno ciclo de muerte y renacimiento: La lenta muerte del sol hacia el solsticio y su renacimiento con días cada vez más largos. La » Petit Mort «. El ave Fénix . El cristianismo simplemente ha adaptado su calendario para solapar este acontecimiento con el nacimiento de Cristo, otro claro ejemplo de Muerte y Renacimiento.

Pero ¿qué nos lleva a pensar que Papa Noel proviene de prácticas tan remotas como el chamanismo en Siberia? ¿Qué paralelismos nos hacen pensar que exista alguna semejanza?

Debemos recordar que desde Siberia se produjeron grandes migraciones a lo largo de la prehistoria, extendiéndose con estas las prácticas chamánicas por toda Europa, Asia y América, y hay numerosos vestigios que representan el consumo ritual o simbólico de Amanita Muscaria .

Los pueblos norte europeos y los siberianos sobre todo, como los Sajas, los Koriaks los Chukchi, los Sami, los Yukagir o los Kamchadal, tienen y conservan en algunos casos la costumbre de comer A. muscaria tanto para embriagarse como en prácticas chamánicas. Los chamanes, grandes micófagos, entraban en trance mediante la ingestión del hongo con el fin de acceder al Mundus Imaginalis, al Axis Mundi, contactar con los espíritus en busca de respuestas.

Es muy probable que los pueblos siberianos aprendieran esta práctica de la observación de los renos, por su hábito de «emborracharse» con la amanita. Así relataba Adolf Erman en 1833 la experiencia de los renos con los hongos:

Los renos salvajes que los han ingerido
a menudo se encuentran tan estupefactos
que pueden ser atados y utilizados como
medio de transporte.y su carne además
intoxica a aquel que la coma.

Por otro lado, un siglo antes, un coronel del ejército sueco llamado Filip J. von Strahlenberg, tras doce años de prisión en Siberia y después de estudiar las costumbres de los pueblos siberianos, hizo quizás el primer relato de la ingestión de amanita que recoge la literatura moderna.

Cuando celebran una fiesta, vierten agua sobre
alguno de estos hongos y los hierven. A continuación
hacen licor, que les embriaga.

Y añadía:

Aquellos más pobres que no pueden permitirse almacenar
sus propios hongos, se apostan, en tales ocasiones, cerca
de las cabañas de los ricos a la espera que los invitados
salgan a orinar. En ese momento sostienen un tazón de
madera para recibir la orina, que beben con avidez, como
si contuviera aún parte de la virtud del hongo, de modo
que así se emborrachan ellos también.

La Amanita muscaria es un hongo psicoactivo de cualidades visionarias cuyos efectos van desde la euforia al sueño profundo pasando por toda una suerte de alteraciones en las percepciones. Su principio activo es el ácido iboténico que una vez ingerido se transforma en muscimol . Suele crecer en los bosques en otoño y las especies más valoradas por su potencia son aquellas que crecen entre las raíces de las coníferas, como los pinos o abetos. Existen numerosos estudios y hallazgos arqueológicos que ponen de relieve la importancia que ha tenido este hongo en el génesis de las culturas y las religiones. El «Soma» para los hindúes, el «Árbol del Conocimiento» para los Cristianos, el «Árbol de la Vida» para los chamanes o el «Hongo de la inmoratalidad» para los taoistas. También suele tener una amplia representación en los cuentos infantiles y su presencia en los bosques suele crear cierta simpatía.

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Pues bien, días antes del 25 de diciembre, cuando se produce el solsticio de invierno, los chamanes recolectaban estos hongos en los bosques de pinos -que normalmente eran frecuentados por los renos- para repartirlos entre los miembros de su tribu. Habitualmente la entrada a las cabañas en invierno estaba bloqueada por la nieve, por lo que se veían obligados a acceder por el techo de las mismas para dejar este preciado presente a sus moradores. Los hongos eran secados normalmente cerca del fuego en pequeños sacos. Cuando los hongos eran consumidos, el pueblo vivía y entendía el trance por el que pasaba el Sol, para finalmente renacer y ascender nuevamente al cielo (Malagón, www.sindioses.org , 2003).

Sin lugar a dudas, existen paralelismos más que suficientes para trazar el inicio de este mito, entendiendo el concepto de mito no sólo como un relato con anclajes en la realidad sino como la plasmación de unos valores y de unas virtudes en personajes vivos y en secuencias de su vida.

Hasta aquí hemos visto que el chamán era un ser inteligente, normalmente con una espesa barba, reflejo y símbolo de sabiduría en muchas culturas. Ataviado con extravagantes y llamativas vestiduras, su visita antes del solsticio de diciembre era muy esperada sobre todo por los «regalos» que portaba. Recolectaba las amanitas en los bosques de pinos donde crecen gracias a su relación micorrícica con las raíces de estos. Se colaba por los tejados para repartirlas. Se secaban en bolsas cerca del fuego. Los renos comían amanitas y sus efectos les hacían «volar».

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Curioso, ¿no?… Nuestro Papa Noel viste de rojo y blanco (como las amanitas) tiene larga barba, reparte regalos la noche del 25 de diciembre dejándolos junto a la chimenea o bajo el árbol, una vez ha superado la prueba de entrar por el tejado. Es llevado por los cielos en su trineo gracias a sus renos voladores con nombres como Dasher, Dancer y Prancer (Enérgico, Bailarín y Acróbata). y no olvidemos el pino o abeto navideño que preside nuestros hogares adornado de bolas rojas y regalos.

Sin lugar a dudas esta no es la única tradición o historia que tiene un origen relacionado con los enteógenos (Dios generado dentro), con la ebriedad o con el eterno ciclo de muerte y renacimiento.

Quizá después de leer esto, ya no mires con esa cara a un Papa Noel cuando lo veas apostado en la esquina de un centro comercial, tal vez después de verlo sólo te entren ganas de comértelo.

Raul del Pino

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