Trance al amanecer

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El valor terapéutico de los rituales contemporáneos con drogas

Si hay un dogma, tanto dentro como fuera de la academia y la cultura psicodélicas, es que los psicodélicos son herramientas ancestrales cuyo uso se emplea solamente en el contexto de rituales altamente estructurados con fines espirituales y que nunca deberían ser utilizados sin una intención de trascendencia, espiritual o terapéutica y, por supuesto, nunca para fines recreativos o frívolos. Como suele ocurrir con los dogmas idealizados, cuando estos se contrastan con la realidad suelen ser, simplemente, falsos. Hay numerosos ejemplos en la literatura etnográfica y antropológica que nos muestran cómo el dogma de la sacralización es un mito.

por José Carlos Bouso, ICEERS

Por ejemplo, según el antropólogo Napoleón Chagnon, el pueblo Yanomamo, una tribu amazónica que vive en la frontera entre Brasil y Venezuela, exhibe un uso frecuentemente irresponsable del epená, un rapé alucinógeno que contiene triptaminas. Aunque la cosmovisión de los Yanomamo se basa en las visiones proporcionadas por el epená, esto no está en contradicción con otros usos para los cuales el epená es empleado por los hombres Yanomamo (y digo hombres porque el uso del epená está prohibido allí entre las mujeres). Muchos Yanomamo toman epená varias veces al día y los Yanomamo opinan que cuando uno está bajo la influencia del epená, ya no son responsables de sus acciones, excepto cuando es ingerido por un chamán con fines chamánicos. De hecho, muchos Yanomamo se aprovechan de esa falta de responsabilidad para cometer actos reprobables, como atacar a otro miembro de la tribu para vengarse de algún agravio pasado, o golpear a su esposa con la excusa de la sospecha de que le ha sido infiel.

Wade Davis, un autor menos controvertido y mejor aceptado por la comunidad psicodélica, cuenta en un pasaje de su libro El Río que cuando Richard Evan-Schultes le preguntó a un chamán Cofán (de la Amazonia colombiana) con cuánta frecuencia bebía yagé (ayahuasca), su respuesta sugirió que la pregunta no tenía sentido: en caso de enfermedad, cuando alguien muere, en tiempos de adversidad o dificultades, en momentos concretos de la vida como cuando un niño de seis años se corta el pelo o mata por primera vez y, naturalmente, siguió el chamán, un niño bebe yagé en la pubertad, cuando su nariz y sus orejas son perforadas y cuando consigue el derecho de usar las plumas de la cola de un guacamayo. Un joven puede beber en su casa para mejorar su técnica de caza o simplemente para mostrar su destreza física. El mensaje recibido por Schultes, dice Davis, fue que los Cofán bebían yagé cuando les venía en gana, al menos una vez a la semana y ciertamente en cada ocasión justificada. Hay otra anécdota muy divertida en el libro de Davis, cuando Schultes está visitando una aldea y como gesto de buena voluntad se le ofrece una potente bebida hecha por Brugmansias u otras solanáceas deliriogénicas, de manera similar a como aquí uno invitaría a un recién conocido a una cerveza. Gracias a su compañero, que le advierte a tiempo, Schultes probablemente evitó una excursión psíquica de varias horas o incluso días.

También sucede que ser un chamán en la Amazonia es una profesión muy arriesgada. La ayahuasca se usa allí para una serie de propósitos no benévolos tales como hacer la guerra, o para realizar brujería. Según el antropólogo español Josep Maria Fericgla, uno de cada cuatro chamanes de la cultura shuar muere de muerte violenta relacionada con sus prácticas chamánicas, generalmente ocasionada por otro colega chamán. Por lo tanto, la imagen que nosotros, los occidentales, tenemos respecto a cómo las sustancias psicodélicas son utilizadas por las culturas donde las drogas psicodélicas son sancionadas socialmente, está, al menos, no bien ajustada a la realidad.

Para terminar con esta introducción, si alguien va a algún día a Bogotá recomiendo visitar el Museo del Oro, cuyo nombre más preciso debería ser el Museo del Chamanismo ya que cada pieza de arte que se muestra allí se refiere al uso de drogas y prácticas chamánicas. Allí se pueden ver diferentes objetos geométricos de oro que la gente local solía colgar del techo de las malokas para crear efectos sensoriales cuando la luz se reflejaba en ellos mientras realizaban sus rituales psicodélicos. Esos objetos tenían una función similar a las luces estroboscópicas en nuestras salas de baile. Es interesante notar que el Dr. Rupert Till, profesor de la Universidad de Huddersfield, en el Reino Unido, publicó en la Revista de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular, en 2010, un artículo titulado: ‘Songs of the Stones: una investigación sobre la historia musical y la cultura de Stonehenge’ cuya tesis es que Stonehenge era un lugar para ejecutar y bailar música trance en festivales ritualísticos.

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Cada cultura del planeta ha creado espacios rituales sociales para ejecutar música rítmica, generalmente utilizando tambores, danza y cantos y, en la mayoría de los casos, drogas psicoactivas. El objetivo principal de esos rituales era fortalecer los lazos de la comunidad, induciendo estados alterados de conciencia a través de estados de trance en los participantes. En la mayoría de las antiguas culturas humanas no había una separación entre la curación, la recreación, la expresión creativa y la espiritualidad, y la comunidad era el lugar donde todas esas expresiones humanas solían tener lugar. En este sentido, a lo largo de la historia humana, la curación ha ocurrido en el mundo social real, y cada cultura ha creado sus propios rituales para integrar en la comunidad a las personas que sufren. Los happenings de los años sesenta, las raves de los años noventa y los festivales de trance de hoy en día, como el Boom Festival en Portugal, el festival Ozora en Hungría y tantos otros, pueden ser vistos como expresiones de la necesidad humana de fortalecer los lazos sociales y experimentar el sentido de pertenencia a algo que es mayor que uno mismo, trascendiendo la soledad intrínseca de existir como individuo.

Émile Durkheim, uno de los fundadores de la Sociología como disciplina, describe la «efervescencia colectiva», que los occidentales contemporáneos llaman “ir de fiesta” como: una congregación de personas que se mueven en una experiencia compartida y dirigida, donde una corriente de excitación empieza a palpitar a través de ellos. Según Durkheim, la «efervescencia colectiva» es el fenómeno que crea las religiones y puede observarse en las postraciones de los devotos musulmanes, el canto de los monjes budistas o las «manos de alabanza» compartidas de los evangélicos cristianos. «En la sociedad secular, la efervescencia no se ha extinguido, simplemente ha transmutado», dice Drake Baer en su artículo: «La razón primordial por la que la gente necesita ir de fiesta». En este artículo, Baer cita la investigación del antropólogo griego Dimitris Xygalatas, de la Universidad de Connecticut, que encontró cómo la frecuencia cardíaca se sincroniza entre las personas que están participando juntos en un ritual de danza, lo cual no sucede con los observadores. Emma Cohen, antropóloga que estudia el movimiento colectivo en Oxford, afirma: «La sincronía y la coordinación aumentan el sentido de unión, incluso entre las personas que nunca se habían encontrado».

De hecho, estamos asistiendo a una difusión rapidísima de otras ceremonias, en última instancia más solemnes, donde las sustancias psicodélicas y psicoactivas se usan en rituales de grupo. La ayahuasca escapó de la cuenca amazónica para viajar por todo el mundo llegando a casi todos los rincones del planeta en menos de 100 años. Las ceremonias de ayahuasca se celebran en grupo. Tradicionalmente, la planta de khat ha sido masticada comunalmente, después del trabajo, en encuentros sociales, en espacios públicos o habitaciones dedicadas en casas privadas, igual que la gente se reúnen en el bar al salir del trabajo para tomar unos vinos. Es difícil, en las culturas humanas, encontrar un fármaco que se use en solitario en casa, aparte de los casos de dependencia de drogas. E incluso en estos casos, los adictos buscan a otros adictos con quienes compartir sus drogas, incluso si hablamos de drogas cuyos efectos están más orientados a promover el individualismo. A la gente le gusta tomar drogas con otros, en entornos sociales. Y la mayoría de los comportamientos adictivos relacionados con las drogas pueden explicarse por las políticas de drogas específicas relacionadas con esos fármacos, y menos por sus efectos farmacológicos. De hecho, parece que uno de los pocos lugares del mundo donde la gente usa drogas en solitario es en los laboratorios de los investigadores de drogas.

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Burning Man Victorgrigas (Wikipedia)

En este sentido, la psicoterapia clásica también se lleva a cabo en espacios separados del mundo social donde dos extraños se reúnen para discutir los problemas de uno de ellos a cambio de dinero. La psicoterapia nació en un contexto médico, cuando el Dr. Sigmund Freud redujo la complejidad de las relaciones entre los sujetos y su mundo circundante a condiciones intrapsíquicas. Desde entonces, los pacientes quedaron constreñidos en su solipsismo donde la curación era la palabra expresada en el diván. Pero la salud mental no es un problema del cuerpo, sino del grupo y sucede en un contexto social. De esta manera, las psicoterapias de grupo fueron la evolución natural de tratar de devolver a los procesos de curación sus raíces sociales, desmedicalizando el sufrimiento humano.

Somos animales sociales. Según el biólogo Edward O. Wilson, los seres humanos somos una especie eusocial. Las especies eusociales evolucionan en una selección multinivel, es decir, operan al mismo tiempo a nivel individual y grupal, siendo tan importantes el parentesco como la selección grupal donde «un grupo puede unirse cuando la cooperación entre miembros no relacionados familiarmente resulta beneficiosa, por simple reciprocidad o por sinergismo mutuo». La eusociabilidad es anecdótica en las especies de vertebrados, y nosotros, los seres humanos, somos una de las pocas especies en exhibirla. La eusociabilidad es una condición hereditaria de nuestros antepasados homínidos. Y los rituales de trance quizás evolucionaron en la selección multinivel propuesta por Wilson, como él explica en su libro: The Social Conquest of Earth.

Algunos neurocientíficos postulan hoy en día que la danza puede ser la clave para entender la evolución de habilidades sociales complejas e incluso del lenguaje. Danza implica coreografía, y la coreografía puede ser entendida como una especie de sintaxis. En su libro: El canto de los neandertales. Los orígenes de la música, del lenguaje, de la mente y del cuerpo, Steven Mithen explora profundamente la evidencia de que los gestos utilizados por nuestros antepasados ​​homínidos para comunicarse condujeron a la formación del ritmo, que se convirtió en música y luego en lenguaje. La neurociencia ha demostrado que las áreas premotoras están implicadas en la coreografía del baile, las áreas que se localizan muy cerca de las áreas del lenguaje. Las áreas premotoras son donde las neuronas espejo parecen estar también localizadas, en el caso de que tales neuronas existan. Como ya he mencionado, la danza también parece ser un antiguo mecanismo de fortalecimiento de los lazos entre las personas. Con el lenguaje corporal, la gente envía mensajes. Las neuronas espejo podrían servir para permitir que la gente entienda y comparta esos mensajes. Es por eso que experimentar trance en el contexto social es un sentimiento compartido de que todos somos parte de uno, que todos pertenecemos a algo mayor que cualquiera de nosotros por separado, y así la ansiedad individual se disipa. La curación es desencadenada por el grupo que comparte un lenguaje antiguo que va más allá de las palabras, pero el mensaje es la aceptación. Cuando una antigua lengua compartida es «hablada», la integración, la expresión del arte y la redención nos conectan de nuevo y la curación personal y social se vuelve real. Así que tal vez el desarrollo de rituales de trance ofrecen la forma más directa y eficaz de curar los trastornos arraigados en el mundo social. Tal vez por eso los grupos que basan sus rituales en la combinación de cánticos, danza y drogas psicotrópicas nunca han desaparecido y son cada vez más prominentes en las sociedades modernas: desde las religiones ayahuasqueras hasta las raves tranceras.

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Así, los seres humanos son capaces de crear en cada momento y lugar contextos donde los rituales extáticos tienen lugar, y los rituales contemporáneos son expresiones de ese impulso natural para reproducir la mencionada «efervescencia colectiva» a la que se refirió Durkheim. Ejemplos de estos fenómenos son los rituales contemporáneos de éxtasis/trance, cuya profundidad y significado son comparables a los rituales arcaicos que se celebraban para dar sentido a la identidad personal a través del grupo. De hecho, encontramos ejemplos de esto otra vez en la Amazonia. La institución para la que trabajo, la Fundación ICEERS, organizó el pasado octubre en Río Branco, Brasil, una conferencia a la que asistieron cientos de representantes indígenas de casi 20 grupos étnicos diferentes. Algunos de estos grupos étnicos no tienen un uso tradicional de ayahuasca, pero lo han incorporado en sus rituales recientemente tras la expansión contemporánea de la ayahuasca por todo el mundo. Parece que para algunos de estos grupos, la ayahuasca ha regresado de fuera de la Amazonia para incorporarse donde no estaba previamente instalada. Algunos de estos grupos conocieron la ayahuasca en las ceremonias de las llamadas “iglesias ayahuasqueras”, cerrando de alguna manera un círculo que comenzó hace 100 años cuando la ayahuasca salió de la selva precisamente con quienes crearon luego dichas religiones. ¿Son estos nuevos rituales menos puros o menos frívolos que los que han estado sucediendo durante los mismos años en los rituales paganos occidentales con drogas psicodélicas sintéticas? En mi opinión, este no es el caso. Son simplemente rituales extáticos que cumplen la función de «efervescencia colectiva».

Burning Man Victorgrigas (Wikipedia)

Por último, quiero mencionar el estudio de Winberg y Joseph, de la Universidad de Deakin, Australia, y publicado en la revista Psychology of Music, en el que estudiaron los beneficios potenciales de la concepción contemporánea de las «efervescencias colectivas», es decir, del ir de fiesta. El estudio utilizó datos reunidos en 2014 como parte de la 31ª encuesta del Índice de Bienestar de la Unidad Australiana para proporcionar información sobre la relación entre la participación musical y el Bienestar Subjetivo. Se entrevistó por teléfono a una muestra aleatoria estratificada de 1.000 participantes. Los hallazgos revelaron que la participación en la música al bailar o asistir a eventos musicales se asoció con un mayor bienestar subjetivo que para aquellos que no se involucraron con la música en estas formas. Los hallazgos también enfatizaron el importante rol de involucrarse con la música en la compañía de otros con respecto al bienestar subjetivo, destacando una característica interpersonal de la música. Por último, las personas que bailaron refirieron puntuaciones más altas en cuatro de los dominios del Índice de Bienestar Personal en comparación con los que no bailaban: la satisfacción con la salud, el logro en la vida, las relaciones y la conexión con la comunidad.

En definitiva, si queremos que las fiestas funcionen como espacios de experiencias transformadoras, deberían ser sancionados socialmente, favoreciendo lugares donde las personas puedan expresarse, bailar y disfrutar libremente, conocer la composición precisa de los materiales químicos que utilizan y crear espacios seguros de asistencias para las personas que pueden experimentar dificultades. Como siempre ha sido el caso en la historia humana.

 

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