Continúa el artículo «LSD – Completamente personal»* que comenzamos el mes pasado, basado en una conferencia que Albert Hofmann ofreció en la «Worlds of Consciousness Conference», 1996, en Heidelberg, Alemania.
Se trata de un testimonio de gran importancia ya que en él Hofmann narra primero su relación con el escritor, filósofo y psiconauta Aldous Huxley, y después la que mantuvo con Ernst Jünger.
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Es notable lo bien que recuerdo las circunstancias en las que surgió la idea de sintetizar la dietilamida del ácido lisérgico. Aquel día no había tomado mi almuerzo en la cafetería de la empresa, sino en mi laboratorio, durante el descanso de mediodía. Comí una rebanada de pan con miel y mantequilla y un vaso de leche, que se traía fresca cada mañana de la granja de investigación agrícola de Sandoz. Había terminado mi deliciosa comida y no dejaba de pensar en mi trabajo mientras iba de un lado para otro. De repente, me vino a la cabeza el famoso estimulante circulatorio Coralina, junto a la idea y la posibilidad de sintetizar un compuesto análogo a partir del ácido lisérgico, el núcleo de los alcaloides del ergot. Químicamente, la Coramina es dietilamida del ácido nicotínico, y por analogía yo pensé en sintetizar dietilamida del ácido lisérgico. La semejanza en la estructura química de estos dos compuestos me inducía a pensar en propiedades farmacológicas semejantes. Con el ácido lisérgico yo esperaba obtener un estimulante nuevo y mejor. La primera síntesis está descrita en mi cuaderno de laboratorio, con fecha 16 de noviembre de 1938. Esta dietilamida del ácido lisérgico, que se ha hecho mundialmente famosa con el nombre de LSD, fue, por tanto, el producto de una planificación racional. El azar entró en juego después.
El nuevo compuesto fue investigado farmacológicamente en el laboratorio biológico-medicinal. En el informe, aparte de una fuerte actividad uterina y un relativo estado de inquietud en los animales experimentales, no se mencionaban propiedades que apuntaran a un efecto sobre la circulación sanguínea similar al de la Coramina. La nueva sustancia no parecía ser interesante farmacológicamente, por lo que no se realizaron más ensayos con ella.
No obstante, cinco años después, de nuevo durante un creativo descanso de mediodía, y de un modo un tanto extraño, me vino a la cabeza la idea de sintetizar otra vez la dietilamida del ácido lisérgico para efectuar más pruebas farmacológicas. Me gustaba la estructura química de la sustancia, lo cual me llevó a dar este paso tan poco usual, ya que un compuesto nunca volvía a probarse cuando ya había sido descartado.
Durante la nueva síntesis de la dietilamida del ácido lisérgico, efectuada tan sólo debido a una corazonada, es cuando entró en juego el azar. Al finalizar la síntesis me vi afectado por un extraño estado de conciencia, el cual aún hoy podríamos llamar «psiquedélico». Aunque estaba acostumbrado a trabajar de forma muy meticulosa, alguna traza de la sustancia debió entrar de forma accidental en mi cuerpo, probablemente durante la recristalización. Para comprobar esta sospecha, realicé el primer auto-experimento con LSD tres días más tarde, el 19 de abril de 1943. Fue un mal viaje. Ya he descrito los detalles en tantas ocasiones que podemos pasarlos por alto aquí.
Considerado desde una perspectiva personal, el efecto psiquedélico de la dietilamida del ácido lisérgico no habría sido descubierto sin la intervención del azar. Igual que muchas decenas de miles de sustancias sintetizadas y probadas cada año en la investigación farmacéutica que se consideran inactivas, el compuesto debió haber caído en el olvido, con lo que no habría existido la historia de la LSD. Sin embargo, al considerar el descubrimiento de esta droga en el contexto de otros hallazgos relevantes de nuestra época en los campos de la medicina y la técnica, podríamos llegar a pensar que la LSD no vino al mundo de forma casual, sino que fue ideada de acuerdo con algún plan superior. En los años cuarenta se descubrieron los tranquilizantes, un acontecimiento sensacional para la psiquiatría. Éstos se encuentran en las antípodas farmacológicas de la LSD. Como su nombre indica, tranquilizan y tapan los problemas psíquicos, mientras que la LSD los revela, haciéndolos accesibles al tratamiento terapéutico. En más o menos la misma época, la energía nuclear pasó a ser técnicamente utilizable y se desarrolló la bomba atómica. En lo que respecta a las fuentes de energía y las armas tradicionales surgió una nueva dimensión de amenaza y destrucción, lo cual se correspondía con la mejora conseguida en el campo de la psicofarmacología, que fue del orden de 1:5000 a 1:10000, si comparamos la mescalina con la LSD.
Podríamos suponer que esta coincidencia no es fortuita, sino más bien generada por el «espíritu de los tiempos». Desde esta perspectiva, el descubrimiento de la LSD difícilmente sería una simple casualidad. Podríamos llegar a otra conclusión: que la LSD estaba predestinada -por algún poder superior- a aparecer precisamente en el momento en que se manifestaban las consecuencias del predominio del materialismo durante los cien años anteriores. ¡La LSD como psicofármaco iluminador abriendo el camino hacia una nueva era espiritual!
Todo esto puede indicar que mis decisiones en los momentos críticos que condujeron al descubrimiento de esta sustancia no fueron producto del ejercicio de mi voluntad consciente, sino que actué guiado por el subconsciente, a través del cual todos estamos conectados con la conciencia transpersonal universal.
Pero ya hemos hablado demasiado sobre el azar y la necesidad en la historia de la LSD, y he tratado el tema en muchos escritos. Me gustaría describir cómo, gracias a esta droga, llegué a entablar relación con dos de los escritores más importantes del siglo XX, Aldous Huxley y Ernst Jünger, y explicar sus puntos de vista sobre la relevancia de las drogas psicodélicas en nuestra época.
Yo había leído algunos de los libros mundialmente famosos del escritor y filósofo anglo-norteamericano Aldous Huxley: su visión futurista Un mundo feliz y la novela social Contrapunto. Eran especialmente significativas mí para dos obras que aparecieron en la década de los cincuenta, Las puertas de la percepción y Cielo e infierno, en las cuales Huxley describió sus experiencias con la mescalina. Los dos libros contenían descripciones fundamentales sobre la experiencia visionaria y el significado de esta perspectiva en la historia de la cultura. Huxley se dio cuenta del valor de las drogas psicodélicas porque ofrecen la posibilidad de vivir estados extraordinarios de conciencia a gente que no posee el don de la experiencia visionaria propio de místicos, santos y grandes artistas. Para él, estas drogas eran claves en la apertura de nuevas puertas para la percepción; claves químicas, junto a otras más complicadas como la meditación, la soledad, el ayuno o el yoga. Logré una mejor comprensión de mis propias experiencias con la LSD gracias a estos libros de Huxley. Por eso quedé gratamente sorprendido al recibir en el laboratorio una llamada telefónica, una mañana de agosto de 1961: «Soy Aldous Huxley». Estaba de paso en Zurich con su esposa. Me invitó a mí y a mi mujer a comer en el Hotel Sonnenberg.
Un caballero con una fresia amarilla en el ojal de su traje, con aspecto de gran escritor y un aura de bondad: así recuerdo a Aldous Huxley de este primer encuentro. La conversación giró principalmente sobre el tema de las drogas mágicas. Huxley y su mujer habían tenido experiencias con LSD y psilocibina. Él no llamaba «drogas» a estas sustancias, porque «droga» en inglés, igual que en otros idiomas, posee un sentido peyorativo, y porque consideraba importante distinguir este tipo de sustancia activa de otras. Huxley pensaba que tenía poco sentido experimentar con enteógenos en condiciones de laboratorio porque el entorno es de vital importancia. Recomendó a mi mujer, cuando la conversación trató sobre las montañas de su región natal, que tomara LSD en una pradera de los Alpes y que observase la corola de una flor de genciana, para contemplar así la maravilla de la creación. Cuando nos despedimos, Huxley me dio, como recuerdo de este encuentro, una grabación de la conferencia «Experiencia visionaria», que había ofrecido una semana antes en un congreso sobre psicología en Copenhague. En esta conferencia habló sobre la esencia y el significado de la experiencia visionaria, y defendió la necesidad de esta perspectiva para completar la comprensión verbal e intelectual de la realidad.
El año siguiente apareció un nuevo libro de Aldous Huxley, la novela Isla. En este libro describía el intento, en la utópica isla de Pala, de reconciliar la civilización científica y técnica con la sabiduría oriental para crear una nueva cultura, en la cual la razón y el misticismo estuvieran unidos. Una droga mágica, llamada «medicina moksha», extraída de un hongo («moksha» significa en sánscrito «disolución», «liberación»), juega un importante papel en la vida de la población de Pala. Su uso está restringido a los momentos decisivos de la vida. Los jóvenes de la isla la utilizan para los ritos iniciáticos; se dispensa en el transcurso de los diálogos psicoterapéuticos que se practican durante las crisis vitales; y al moribundo le facilita despedirse de este mundo y acceder a otra realidad.
Huxley me envió una copia de este libro con la dedicatoria: «Para Albert Hofmann, el verdadero descubridor de la medicina moksha, de Aldous Huxley». En una de las cartas que me escribió, con fecha 29 de febrero de 1962, hay una frase que me pareció una importante admonición: «En esencia, esto es lo que debemos desarrollar: el arte de expresar, a través del amor y la inteligencia, lo que obtenemos de la visión y la experiencia de la auto-trascendencia y de la solidaridad con el universo».
(Continuará)
* «LSD: Completely personal». Conferencia ofrecida en 1996, en Heidelberg, Alemania, Worlds of Consciousness Conference. Traducida del alemán al inglés por Jonathan Ott. Publicada en el boletín de MAPS (http://www.maps.org): volumen 6, número 3, verano de 1996.