Vida y obra de Albert Hofmann (XIV)

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Continúa el artículo «LSD – Completamente personal»* que comenzamos hace dos meses, basado en una conferencia que Albert Hofmann ofreció en la «Worlds of Consciousness Conference», 1996, en Heidelberg, Alemania. Hofmann sigue hablando sobre su relación con Huxley y empieza a narrar sus encuentros con Ernst Jünger, uno de los escritores alemanes más importantes del siglo XX y creador del término «psiconauta».

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La relación de Hofmann con Aldous Huxley y Ernst Jünger

A finales del verano de 1963 acompañé a Aldous Huxley a Estocolmo, a la reunión anual de la Academia Mundial de Artes y Ciencias. El transcurso de las sesiones de la Academia estuvo marcado por el contenido y la forma de sus contribuciones. Al abordar el tema de la conferencia, «Recursos Mundiales», Huxley lanzó la propuesta de tomar en consideración el tema de los «Recursos Humanos», la investigación y desarrollo de las capacidades innatas -pero no utilizadas- de los seres humanos. Una humanidad con una espiritualidad altamente desarrollada, con una conciencia abierta a las maravillas de la existencia, debería también ser capaz de observar y reconocer las bases biológicas y materiales de su existencia en la Tierra. El desarrollo de la sensibilidad para experimentar la realidad de forma directa, no perturbada por palabras y conceptos, sería de gran importancia evolutiva, sobre todo para el hombre occidental, con su racionalidad hipertrofiada. Huxley consideraba que las drogas psiquedélicas constituyen un excelente entrenamiento para alcanzar ese objetivo.

El psiquiatra inglés Humprhy Osmond, quien había acuñado el término «psiquedélico» («que se manifiesta a la mente»), tomaba parte en el congreso y apoyó a Huxley con un informe sobre las posibilidades de los psiquedélicos.

El simposio de Estocolmo fue mi último encuentro con Huxley. Su aspecto ya delataba su fatal enfermedad, pero su aura espiritual no había aminorado. Aldous murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día en que fue asesinado el presidente Kennedy. La señora Laura Huxley me envió una copia de su carta a Julian Huxley, en la que ella narraba a su cuñado el último día de vida de su marido. Los médicos la habían preparado para un dramático final, puesto que la fase terminal del cáncer de esófago suele ir acompañada de espasmos y episodios de asfixia. Sin embargo, él murió en paz y tranquilo. Por la mañana, cuando ya estaba demasiado débil para hablar, escribió en un trozo de papel: «LSD – hazlo – intramuscular – 100 mcg». La señora Huxley entendió qué quería decir y le puso la inyección deseada, le administró la medicina moksha. La señora Huxley también me envió una copia de este papel en el que su marido expresó por escrito su último deseo. Huxley llevó a cabo lo que él mismo había descrito en su libro Isla, la aplicación de la medicina moksha como ayuda para despedirse de la vida. Su ferviente misión en defensa de las drogas psiquedélicas le perjudicó en el plano profesional, incluso entre muchos de sus amigos y lectores. Algunos dicen que le costó que nunca le concedieran el Premio Nobel.

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Pasemos ahora a hablar sobre mi relación con Ernst Jünger. A finales de los años veinte leí su primer libro, su diario de la Primera Guerra Mundial, porque era de lectura obligatoria en mi escuela. Su segundo libro, que compré más tarde, Das Abenteuerliche Herz [El corazón aventurero], fue una gran sorpresa para mí. ¿Cómo era posible que el mismo autor que había descrito con el estilo más crudo el horror de las guerras modernas abriera los ojos del lector, gracias a su prosa, a la maravilla de las cosas más simples y la magia de los acontecimientos cotidianos? Aún suelo leer este libro, sin importar todos los años que han pasado. Contiene descripciones de flores, de animales, de sueños, de paseos en solitario; incluso pensamientos sobre el azar, la fortuna, los colores y otros temas directamente relacionados con nuestra vida. Aquí nuestros ojos, que se han vuelto prácticamente ciegos por culpa de los hábitos cotidianos, se abren de nuevo, y la maravilla omnipresente, lo inexplicable, se manifiesta en toda su bendita -pero a veces aterradora- relevancia.

Esta lectura me recuerda el estado de ánimo de mis experiencias místicas de la niñez y las sensaciones propias de la embriaguez con LSD. La obra literaria de Jünger se convirtió en una compañera espiritual inseparable de mi vida.

Mi relación personal con Ernst Jünger comenzó gracias a un paquete de provisiones, de esos que se enviaban a la población alemana necesitada después de la guerra. El agradecimiento por uno de esos paquetes, en junio de 1947, constituyó el comienzo de una correspondencia que perdura hasta la actualidad. Al comienzo, los temas tratados no versaban sobre drogas. Para explicar cómo entró en juego la LSD debo hablar acerca de mis primeras experiencias con esta sustancia. Poco después de mi primer auto-experimento, en abril de 1943, el cual permitió descubrir su fantástica actividad psíquica, las primeras investigaciones clínicas con LSD en voluntarios fueron realizadas por colaboradores del departamento biológico-medicinal de Sandoz. Se omitieron las pruebas toxicológicas a largo plazo que en la actualidad deben realizarse antes de ensayar una sustancia en seres humanos. Al fin y al cabo, yo ya había soportado una fuerte dosis sin daños. Las cantidades empleadas fueron de una quinta a una décima parte de lo que utilicé en mi primera experiencia, es decir, de 0,025 a 0,050 miligramos. Era lógico que yo también participara en el estudio, el cual tuvo lugar en el laboratorio. De este modo experimenté drásticamente la importancia del entorno en los ensayos con psiquedélicos. En las alteraciones de la conciencia inducidas por la LSD sentí directamente el carácter frío y desagradable del mundo tecnológico que me rodeaba, y mis colegas, con sus batas blancas, parecían estar dedicados a una labor sin sentido; los aparatos y el equipamiento tenían un aspecto diabólico, como pequeños monstruos de los cuadros de Jerónimo Bosco. Después, otro mundo extraño, de ensueño, actuaba sobre mí desde mi interior. Las interrupciones para los tests psicológicos, con los cuales esperábamos dar a la investigación un carácter científico, fueron percibidas como verdaderas torturas. Me di cuenta de que perdíamos el significado y la esencia de la experiencia psiquedélica en ese tipo de entorno.

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Deseaba investigar las propiedades de la LSD en un ambiente musical, agradable, y en compañía estimulante. Pensé inmediatamente en Ernst Jünger. Gracias a nuestra correspondencia, supe que él ya había experimentado con mescalina. Inmediatamente aceptó mi sugerencia de que lleváramos a cabo juntos un experimento con LSD. La gran aventura tuvo lugar a comienzos de febrero de 1951. Para tener asistencia médica disponible en caso de que fuera necesaria, pedí a mi amigo y colega, el farmacólogo y profesor Heribert Konzett, que participara en la sesión. El viaje se realizó a las diez de la mañana en el salón de la casa que entonces teníamos en Bottmingen, cerca de Basilea.

Puesto que la reacción de un hombre extremadamente sensible como Jünger no podía precedirse, utilicé una dosis baja como precaución para este primer experimento: sólo 0,05 miligramos. Por eso no llegó a profundizar demasiado. La fase inicial se caracterizó por una intensificación de la experiencia estética. Las rosas de color rosa-violeta que adornaban la habitación adoptaron una luz muy brillante y resplandecían con portentoso esplendor. Escuchamos el concierto para flauta y arpa de Mozart en toda su gloria celestial, como si se tratara de música de dioses. Con asombro contemplamos el humo que surgía, con la misma fluidez que nuestras ideas, de una barrita de incienso japonés. Cuando la embriaguez se hizo más profunda y la conversación decayó, nos invadieron fantásticas visiones mientras estábamos sentados en nuestros sillones con los ojos cerrados. Jünger disfrutó del esplendor colorido de paisajes orientales; yo me encontraba de viaje con tribus bereberes en el norte de África, vi caravanas multicolores y exuberantes oasis. Konzett, cuyas imágenes habían tomado una apariencia budista, experimentó una sensación de intemporalidad, una liberación respecto del pasado y del futuro, la bendición de sentirse completamente integrado en el aquí y ahora.

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Esta excursión psíquica estuvo marcada por el paralelismo entre nuestras experiencias, que percibimos como maravillosas. Los tres habíamos estado a punto de alcanzar una experiencia mística, pero la puerta no se había abierto. La dosis elegida había sido demasiado baja. No conociendo este factor, Jünger, quien ya había navegado en dominios más profundos gracias a altas dosis de mescalina, opinó que «comparado con el tigre mescalina, su LSD es sólo un gatito doméstico». Tuvo que cambiar de opinión tras ensayos posteriores con dosis más generosas de LSD. La visión de la varita de incienso antes mencionada fue descrito literariamente por Jünger en su historia Besuch auf Godenholm [Visita a Godenholm], en la cual también describe estados más profundos de embriaguez inducidos por drogas. Durante los años siguientes visité con frecuencia a Jünger en Wilflingen, adonde se había mudado desde Ravensburg; nos veíamos en Suiza, en mi casa de Bottmingen, o bien en Bundnerland. Nuestra relación se hizo más estrecha gracias a la LSD. En nuestras conversaciones y correspondencia, las drogas y diversas cuestiones relacionadas con ellas fueron los temas principales, sin que, durante mucho tiempo, tuviéramos otra experiencia conjunta.

Aquí debería citar dos breves extractos de nuestra correspondencia de aquella época. En mi carta de 16 de diciembre de 1961 yo comentaba: «Un pensamiento más inquieto que se origina de la capacidad para influir sobre las funciones espirituales superiores (conciencia) con trazas ínfimas de una sustancia implica el libre albedrío. Las sustancias con gran potencia psicotrópica como la LSD y la psilocibina poseen en sus estructuras químicas una relación muy cercana con sustancias orgánicas naturales propias del cerebro y juegan un importante papel en la regulación de sus funciones. De este modo, podemos pensar que, debido a alguna alteración en el metabolismo, se forma un compuesto similar a la LSD o la psilocibina, en lugar de un neurotransmisor normal, que puede alterar y determinar el carácter, la personalidad, la visión del mundo y las acciones. Una traza de una sustancia, cuya ocurrencia o no ocurrencia en nuestros cuerpos no podemos controlar mediante nuestra voluntad, es capaz de determinar nuestro destino. Estas consideraciones bioquímicas podrían conducir a la frase escrita por Gottfried Benn en su ensayo Provoziertes Leben [Vida provocadora]: «Dios es una sustancia, una droga».

(Continuará)

 
* «LSD: Completely personal». Conferencia ofrecida en 1996, en Heidelberg, Alemania, Worlds of Consciousness Conference. Traducida del alemán al inglés por Jonathan Ott. Publicada en el boletín de MAPS (http://www.maps.org): volumen 6, número 3, verano de 1996.

 

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